DÍA 1. ISLA DE SAO MIGUEL (SAN MIGUEL).
La isla de Sao Miguel está dividida en seis concelhos o municipalidades (Ponta Delgada, Ribeira Grande, Nordeste, Lagoa, Vila Franca do Campo y Povoaçao), que iríamos conociendo a lo largo de nuestro viaje, cuyo]primer itinerario quedó así.
HOTEL EN PONTA DELGADA/MIRADOR DE LA CANDELARIA/MIRADOR VISTA DO REI/LAGOA DO CANARIO/MIRADOR DE LA BOCA DEL INFIERNO/MIRADOR DO CERRADO DAS FREIRAS/MIRADOR DA LAGOA DO SANTIAGO/LAGOA DAS SETE CIDADES/MIRADOR DA PONTA DO ESCALVADO/MOSTEIROS/RESTAURANTE 4 PLATANOS (SAN ANTONIO)/HOTEL EN PONTA DELGADA.
Unos 82 kilómetros y dos horas de viaje en coche según Google Maps.
LLEGADA A PONTA DELGADA Y CHECK IN EN EL HOTEL.
Los vuelos transcurrieron sin incidencias dignas de mención, de Madrid a Oporto y de Oporto a Ponta Delgada, en TAP, con duración de una y dos horas, respectivamente. Nos dieron un aperitivo en el primero y una comida muy ligera en el segundo, creo recordar que fue un emparedado, un quesito y alguna cosa más que se me ha olvidado. Habíamos tomado unos sándwiches en el aeropuerto de Oporto (la escala duró hora y media), con lo cual pudimos aguantar bien.
Antes de bajar del avión, retrasamos nuestros relojes dos horas, diferencia horaria que hay entre Azores y España. Recuperábamos ciento veinte minutos en un segundo, ¡qué bien! Tras recoger la maleta, en la salida nos estaba esperando una empleada de Goldcar. No tienen oficina en el aeropuerto de Ponta Delgada, así que la empleada nos llevó en una furgoneta al lugar de entrega de los coches, que se encuentra a unos cuatro o cinco kilómetros del aeropuerto. Allí nos entregaron el vehículo de tarifa económica que habíamos elegido, un Fiat Punto, si bien previamente quisieron hacernos un “up grade” con precio especial a un coche superior. Ni queríamos un coche superior, ni mucho menos nos apetecía pagar más (ya estaba bien subidito el precio), así que declinamos educadamente, dándoles las gracias. Previa petición, nos facilitaron un mapa turístico de carreteras que nos vino muy bien.
Mapa turístico que nos dieron en Goldcar.
Acto seguido, utilizamos el Google Maps del teléfono móvil para llegar al hotel (a 6 kilómetros del aeropuerto), que se encuentra muy bien situado para hacer excursiones ya que está cerca de la salida a la autovía (vía rápida) EN1-1A. Tampoco pilla mal para ir al casco histórico, aunque después comprobaríamos de primera mano que no apetece nada caminar veinte minutos tras los largos trasiegos de la jornada.
Vistas desde la terraza del hotel, que también tiene una pequeña piscina que no utilizamos porque no nos dio tiempo. Había muchas otras cosas que hacer en la isla.
SETE CIDADES Y SU ENTORNO.
Con el comecocos que te mete todo el mundo respecto a las variaciones del tiempo en Azores, una vez hechas las reservas y demás, lo primero que se suele hacer antes del viaje es consultar páginas sobre probabilidades de lluvia y niebla con el fin de llevar preparados itinerarios y alternativas. Para ello, me fueron muy útiles las páginas web visitazores.com y spotzores.com. Ambas proporcionan información turística, del tiempo y cuentan también con cámaras web en vivo, cuyas imágenes resultan muy útiles para saber si interesa o no visitar determinado sitio dependiendo de la meteorología; por ejemplo, no conviene ir a Lagoa do Fogo o a Sete Cidades si hay niebla porque no se apreciarían sus fantásticos paisajes.
Desde unos días antes, estuve muy pendiente del tiempo para decidir qué podíamos hacer de acuerdo con las previsiones. Uno de los lugares imprescindibles, la foto emblemática de las Azores, corresponde sin duda a Sete Cidades, pero no a la población en sí, sino a su entorno y, en especial, a sus lagunas, una Azul y otra Verde, que se pueden contemplar desde varios miradores, siendo los más destacados el de Vista do Rei y el de Cerrado das Freiras. En muchas de mis consultas a las webcam, las lagunas aparecían tapadas por la niebla, así que en cuanto vi que el día de nuestra llegada haría buen tiempo (no es que estuviera despejadísimo, pero hacía sol y las nubes, aunque algodonosas no estorbaban a la visibilidad), decidí que esa misma tarde la dedicaríamos ya a Sete Ciudades, no fuera que tal ocasión no se repitiese otro día. Así que en cuanto hicimos el check in en el hotel, dejamos la maleta y volvimos al coche para iniciar nuestra excursión a la zona noroeste de la isla de Sao Miguel.
Por la autovía EN1-1A tomamos dirección Relva, hasta que nos desviamos a la derecha, por la EN9-1A, hacia Sete Cidades. Está indicado, así que no tiene pérdida. Inevitablemente, por el camino lo primero que nos llamó la atención fueron los enormes macizos de hortensias de espectaculares flores azules y blancas, que atestaban las cunetas de la carretera, y que al alternarse y mezclarse también con grandes extensiones de violetas africanas proporcionaban un fantástico toque de color al verde paisaje, aunque sin estridencias por la falta de tonos rojos y amarillos.
Enseguida vimos por primera vez la señal de carretera más característica de la isla, que se convertiría en el terror de mi marido con el transcurrir los días: Miradouro (Mirador). Los hay a docenas y a cual más espectacular. Me referiré a ellos más adelante. En realidad, no dejaré de referirme a ellos en todo el diario porque los “miradouros” forman parte de la esencia turística de las Azores y son un elemento imprescindible para conocer sus paisajes. Sin embargo, los de Sao Miguel son bastante más que simples balcones para contemplar el horizonte. Y es que muchos albergan sorprendentes merenderos, con bancos y mesas a cubierto de la lluvia o del sol, algunos cuentan con agua corriente, fregaderos, cocinas y parrillas, incluso con leña; los que hay que disponen de servicios y otros constituyen auténticos jardines botánicos. Además, suelen estar muy cuidados y, por regla general, sumamente limpios.
De inmediato, nos topamos con el Miradouro de Candelaria, un aperitivo ligero, con una vista sesgada de la costa. Sin embargo, uno de los platos fuertes de Sao Miguel no tardó en aparecer, tras divisar a nuestra derecha la mole ruinosa del famoso hotel abandonado, un establecimiento de cinco estrellas con fantásticas panorámicas de la Lagoa de Sete Cidades que se fue a pique precisamente por su ubicación, ya que aparte de las vistas, el lugar no es el más apropiado para alojamiento turístico por la abundancia de lluvias y las frecuentes nieblas. Desde la azotea se divisa un panorama espectacular y, aunque el acceso está prohibido por el peligro cierto de sufrir algún accidente en su interior, no falta gente que sube en busca de la mejor foto. En estos casos, si bien sé que no tiene por qué suceder nada, yo prefiero no arriesgar. Que cada cual decida.
Desde el Miradouro da Vista do Rei (el más concurrido de toda la isla sin duda alguna), el panorama es increíble, aunque falte un trozo de la Lagoa Verde que sí se ve desde la azotea del hotel. Pero no hay que desesperar porque un poco más adelante, desde la carretera que va a la Lagoa do Canario, también se pueden divisar las dos casi al completo.
Además de las lagunas, que cubren el fondo de los cráteres de antiguos volcanes actualmente extintos y cubiertos de vegetación, los bosques, las plantas y las flores proporcionan una estampa de postal, de las que no se olvidan y que nos gustará repasar bastantes veces. Imprescindible parar aquí y, a ser posible, hacerlo sin que las nubes o la niebla estorben. Si es preciso, habrá que intentarlo las veces que haga falta pues sólo dista 28 kilómetros (poco más de media hora) de la capital, Ponta Delgada.
Continuamos hasta el primer cruce, donde tomamos la carretera que por la derecha lleva hasta el aparcamiento de la Lagoa do Canario. En la explanada pudimos ver los indicadores de la ruta senderista de Serra Davassa, que teníamos previsto hacer otro día. Enfrente hay una verja (ojo que hay horario de apertura y cierre si se pasa en coche) con una pista de tierra que en pocos metros lleva a la Lagoa do Canario y en un par de kilómetros a las proximidades del Miradouro da Grota do Inferno, otro de los imprescindibles, en mi opinión. Nosotros fuimos caminando, pero nada impedía avanzar con el coche por la pista de tierra algunos cientos de metros más, hasta llegar a las escaleras que conducen a este mirador, otro de los emblemáticos de Sao Miguel, que aparece en multitud de guías y carteles turísticos de esta isla y de todas las Azores.
Acceso al Mirador de la Gruta del Infierno. Ningún problema.
Las vistas sobre las aguas añiles de la Lagoa Azul y las verdes de la Lagoa do Santiago y otras lagunas más pequeñas son preciosas, enmarcadas por el verde fosforito de las lomas onduladas que se yerguen alrededor y con la curiosa presencia de una costura de asfalto increíblemente ribeteada por enormes setos de hortensias blancas y azules claros y oscuros. El acceso es muy sencillo y, tras subir unas escaleras, un camino de tierra conduce a la punta de un cerro que depara un panorama espléndido, cuya verdadera dimensión solo se aprecia contemplándolo in situ. Realmente un sitio fantástico, aunque bastante concurrido, eso sí. Como curiosidad, decir que en muchas fotos he visto el camino bordeado por protecciones laterales de madera que ya no están. Ignoro si era por estética o por seguridad, pero en situaciones normales no existe ningún peligro.
De regreso, todavía a pie seguimos un indicador hacia la Lagoa do Canario, que nos mostró sus aguas tranquilas, rodeadas por una vegetación exuberante.
Ya en el coche, retrocedimos al cruce anterior, donde continuamos en dirección hacia Sete Cidades, circulando ya entre verdaderas paredes de hortensias, los arbustos en ocasiones más altos que los propios coches. ¡Qué bonito!
En continuo descenso, llegamos al Miradouro do Cerrado das Freiras, otro de los imprescindibles pues proporciona una perspectiva diferente, pero más cercana y también fantástica de las Lagoas Azul y Verde.
Un poco más adelante, se puede parar en el Miradouro da Lagoa do Santiago, que ofrece en primer plano la visión de sus aguas verdes, copando un cráter verde, enmarcado por montañas verdes. Vamos, el colmo del verde.
Un ratito después, alcanzamos las lagoas y nos aparcamos junto al puente que las cruza para pasear un rato por las orillas. En sus inmediaciones vimos jardines, un merendero y una pista paralela a las aguas por la que se puede caminar o ir en bicicleta. Ignoro si el sendero permite bordear las lagunas completas, aunque no era nuestra intención. De todas formas, el encanto de estas lagunas, en mi opinión, está en el paisaje que conforman más que en ellas en sí.
El pueblo de Sete Cidades no nos pareció especialmente interesante, así que no nos detuvimos porque el reloj corría deprisa y queríamos ver todavía algunas cosas más. Menos mal que en julio, en Azores no se hace de noche hasta las ocho y media, más o menos. Un día largo, por tanto.
EXTREMO NOROCCIDENTAL DE SAO MIGUEL.
La carretera EN9-1A nos condujo hacia el extremo occidental de la isla y tras pasar varios miradores que vimos sin bajarnos del coche, llegamos a otro de los que merecen la pena, el Miradouro da Ponta do Escalvado, que nos proporcionó una bonita panorámica de la costa oeste, hacia el norte y hacia el sur.
Seguimos hacia el norte, a la Punta de Mosteiros, y alcanzamos las piscinas naturales de Caneiros, con su agreste paisaje de rocas volcánicas ocres, rojas y negras. Pese a lo avanzado de la hora, había bastante gente bañándose.
Después de ese punto, el más al noroccidental de Sao Miguel, recuperamos la carretera EN1-1A y seguimos ya hacia el este, no sin antes detenernos en otro mirador que nos ofreció unas bonitas vistas de la costa y del pueblo de Mosteiros, con sus casitas de colores y su iglesia, la fachada blanca rematada por bordes de piedra volcánica negra, tan típica de las iglesias de estas islas, muchas de las cuales veríamos a lo largo de nuestro viaje.
La tarde caía deprisa y no pudimos acercarnos al Miradouro das Comeeiras, que ofrece otro punto de vista de las Lagoas de Sete Cidades. Una pena. Pensamos ir en otro momento, que ya no se presentó. Queríamos cenar en un sitio majo y buscamos el restaurante 4 Plátanos, en San Antonio, recomendado en el foro. Y no nos defraudó. El establecimiento está situado en un paraje espléndido, vislumbrando la costa. Se puede cenar o, simplemente, tomar algo en su terraza, contemplando el atardecer sobre la costa nororiental de la isla. Muy bonito el panorama. La cena estuvo bastante bien: pan con ajo, lapas, morcilla con piña y el típico bacalao con garbanzos y verduras. Para beber, cervezas. Todo rico y en cantidad suficiente por 38 euros.
De allí, al hotel, a descansar.