3 de agosto de 2010. Bien temprano tocaban diana en el Utengule Coffe Lodge, iniciando así una nueva etapa en nuestro largo viaje por tierras africanas. Las bajas temperaturas de las primeras horas de la mañana propias de las tierras altas del sur de Tanzania, desechaban una vez más (y no sería la última) las ideas preconcebidas que el ciudadano medio europeo suele tener respecto al clima en esta parte del continente. A pesar de ello, decidimos tomar el suculento desayuno en los exteriores del Lodge, permitiéndonos el lujo de acompañarlo con un nuevo y espectacular amanecer africano. Frutas tropicales como la papaya o el mango, junto al café extraído de los cafetales anejos a las instalaciones del Lodge, hicieron las delicias de los allí presentes.
De nuevo los equipajes situados en las bacas de los vehículos y las bolsas de picnic preparadas con esmero por los empleados del Utengule, serían nuestros compañeros de viaje en el recorrido que mediaba hasta nuestro próximo destino: el parque nacional de Ruaha. Convertidos en auténticos kamikazes tanzanos, pusimo manos sobre los volantes de nuestros irreductibles todoterrenos, con dirección hacia el Tandala Camp, alojamiento situado en las inmediaciones del citado parque. Por delante, 420 kilómetros nos separaban de nuestro punto de destino inicial, Iringa, ciudad que actúa a modo de puerta de entrada al parque nacional de Ruaha, desde donde retomaríamos el contacto con las pistas de tierra en busca de la salvaje fauna que puebla este lugar.
Pasado Iringa y ya en la desviación hacia Ruaha, una especie de pistola de plástico funcionó a modo de radar de última tecnología suponiendo un nuevo alto en el camino. Unos amables, pero no por ello menos corruptos, oficiales de policía tanzanos nos sancionaban por exceso de velocidad. Nos expusieron claramente que podíamos esperar a declarar en la corte de justicia de una ciudad cercana, pero que tendríamos que esperar hasta el día siguiente, finalizando su exposición con una pregunta ya clásica entre los oficiales corruptos de Tanzania: ¿ What can we do for you? (¿qué podemos hacer por usted?, o ciñéndonos a una traducción más ajustada a la coyuntura: ¿como lo arreglamos para que todos seamos felices?). El soborno estaba servido. Con unos dólares de menos en nuestros bolsillos continuamos nuestro camino, viniendo a nuestra memoria la experiencia que vivimos en Zanzibar el año anterior, en la que no supimos entender que lo que nos ofrecía el policía era un arreglo, y que finalmente nos costó volver al día siguiente al puesto policial para "arreglar" la controversia, gracias a que el dueño del hotel nos alertó sobre tan inesperada costumbre local. Si no hubiera sido por eso, seguro que mi hermano aún continuaría perdido intentando buscar una solución en la corte Makunduchi, un poblado de la isla de Unguja (Zanzibar) y sabe Dios qué efectos habría tenido en nuestra nueva andadura por tierras tanzanas, aunque bien pensado, lo cierto es que nos privamos de conocer el funcionamiento del poder judicial aborigen, cuestión que, cuanto menos, seduce al aventurero.
A la llegada a la desviación hacia nuestro alojamiento -situado a escasos kilómetros de la entrada al parque- se planteó la posibilidad de continuar directamente hacia éste con la idea de visitarlo, lo que supondría retrasar unas horas la llegada al campamento, opción que fue aceptada por unanimidad, ávidos todos por el contacto con un nuevo parque nacional.
Tras los trámites administrativos oportunos, nos dispusimos a disfrutar de Ruaha, uno de los parques de mayor extensión de África, con algo más de 10.000 kilómetros cuadrados, el cual recibe su nombre del gran río que fluye por su territorio.
El parque fue tal y como preveíamos, aislado y poco visitado por los turistas.La fauna, aunque muy numerosa, está poco acostumbrada al contacto con el ser humano, resultando muy esquiva para el visitante. Pese a ello, pudimos disfrutar de constantes avistamientos, especialmente de grandes manadas de elefantes, aunque éstos no fueron los únicos animales que aquella tarde se pusieron frente a los objetivos de nuestras cámaras.
A pocos kilómetros de la entrada del parque, el gran río Ruaha que en la estación seca pierde la grandiosidad propia de la época de lluvias, ofreció una de las vistas más idílicas que hemos presenciado en nuestro largo periplo por África. Los hipopótamos se agolpaban junto a algún aislado cocodrilo, chapoteando y refrescándose en las tímidas aguas que fluyen por entre la tierra de color ocre y las rocas arrastradas hasta el lecho del río por los caprichos de la naturaleza.
Abrevando al atardecer en el río Ruaha.
A esas horas de la tarde, gran cantidad de cérvidos como el gran kudú, o el impala, se acercaban a abrevar, con un ojo puesto en su retaguardia ante la más que probable presencia de grandes depredadores en las cercanías de las orillas del gran Ruaha river.
Ante tan bella estampa, el expedicionario siente ser el protagonista de uno de los safaris a los que nos han acostumbrado canales como la 2 o el Discovery Channel, en esas horas vespertinas en las que uno se debate entre las espectaculares imágenes que emiten o dejarse apresar por las garras del mismísimo Morfeo, en ese ejercicio tan sano y español que es la siesta. En este caso, lo teníamos claro, no había cansancio ni sueño que evitara disponernos a capturar con nuestros ojos y objetivos, todas y cada una de las imágenes y sensaciones que transmitía el lugar, almacenadas eternamente para el recuerdo.
Continuamos con nuestro camino a través de pistas de tierra que discurrían a pocos metros de la orilla norte del río, arropados por el paisaje frondoso típico de la sabana africana, bajo la atenta mirada de las jirafas que se cruzaban al paso de nuestros vehículos.
En uno de nuestros acercamientos, una familia de elefantes con su cría se entretenía en arrancar algunas ramas de los arbustos que pueblan este lugar, situándonos a apenas un par de metros de ellos con los motores de nuestros vehículos apagados, en un intento de no interrumpir sus actividades. Sabido es que los elefantes con crías son especialmente protectores y suelen hacer gala de su poderío físico ante cualquier posible eventualidad que se les ofrezca, pudiendo volcar un todoterreno si la situación lo requiere. En etapas posteriores de nuestro viaje, comprenderíamos hasta que punto un elefante puede ser peligroso, pero esa es otra historia...
Recuerdo que en aquel momento, abrí la puerta del coche para poder tomar la instantánea con mayor precisión, aunque para ser honesto antes de hacerlo, miré a ambos lados, al objeto de no convertirme en la presa de algún depredador que no hubiéramos advertido. Las envergadura de mi cuerpo y el conocimiento de las costumbres que suelen tener los depredadores en la selección de presas de menor tamaño o enfermas, me llenó de tranquillidad; me subrogué en la posición del hipotético león, y pensé que saldría despavorido ante la posibilidad de que, a consecuencia de mis magnas proporciones, el que comiera algo aquel día fuera yo y no él (me refiero al león). No puedo decir lo mismo de las crías de nuestra manada....
Justo en ese momento, nos percatamos de que uno de los coches había pinchado. La situación se tornaba harto peligrosa, pues la idea de cambiar una rueda ante la presencia de las descomunales moles que teníamos frente a nosotros no era de lo más atractiva. Carretera y manta (quizá no sea el término más apropiado, pues pasaban algunos minutos de las cinco de la tarde y las temperaturas eran más bien altas), por tanto, ya llegaríamos a algún lugar donde poder hacer el cambio. Por suerte Malaika, pues así apodamos a nuestro guía en honor a una canción típica del lugar que significa en suahili Ángel; conocía de la existencia de un puesto de rangers del parque donde a buen seguro, si llegábamos, podríamos hacer el cambio sin mayor problema.
Y así, no sin dificultades llegamos hasta ese lugar situado en mitad del inexpugnable territorio de Ruaha, donde fuimos amablemente atendidos por varios empleados del lugar que en apenas unos minutos solucionaron nuestra urgencia, una prisa que demandábamos pues en pocos minutos cerrarían las puertas del parque y, una vez más, no queríamos ser esa noche las presas de ninguno de los feroces leones del lugar.
No sabíamos entonces que no haría falta estar dentro del parque para sentir la presencia cercana de nuestros temidos amigos. En el puesto de los rangers, los hijos de los empleados salían a saludarnos cariñosamente, sabedores de que las visitas de los turistas a este recóndito lugar son muy atípicas.
Por fin y tras la experiencia tan grata de la visita a Ruaha, hicimos nuestra entrada en el Tandala Tented Camp, donde el gerente nos dio las oportunas instrucciones para los días que íbamos a estar hospedados, repartiendo las tiendas entre el personal. El Tandala Tented Camp no tiene vallado alguno y su cercanía al parque así como la pequeña alberca que tiene junto a las tiendas, propicia que sea el lugar idóneo para frecuentes incursiones de la fauna local. No en vano, justo en aquel momento unos elefantes abrevaban en el aljibe a pocos metros de mi tienda, sin sentirse molestos por nuestra presencia. La imagen era espectacular.
Ahora si, ahora ya empezábamos a comprender el concepto de "auténtico" que tan erróneamente habíamos aplicado a otros alojamientos. El atardecer desde mi tienda observando a los elefantes era de los más placentero. La autenticidad del lugar provocó la estampida de una de las crías de la manada humana que aquella noche iba a compartir habitación conmigo (más concretamente mi sobrina), en busca del calor protector de sus progenitores. Mejor pensé para mi mismo, pasar la noche solo en un lugar así se convertía en una experiencia más atractiva si cabe y no había de que temer, o eso creía yo...
La cena se sirvió en mitad del campamento, únicamente iluminados por las tenues luces de las velas que habían dispuesto a lo largo de la mesa. La comida era excepcional, el lugar idílico y la compañía inmejorable. Pasamos la noche, compartiendo las experiencias de la visita a Ruaha al calor de la lumbre que habían encendido los empleados de "seguridad" del campamento, que en realidad eran auténticos masais reclutados para la vigilancia del personal, hasta tal punto que no podíamos ir a nuestras tiendas sin ser acompañado por alguno de ellos.
Masai empleado en el Tandala Camp. Acompañante de noche.
Las propias tiendas estaban situadas sobre pilotes, con la finalidad de evitar los ataques de los depredadores a los huéspedes, aunque para ser sincero, no creo que fuera un gran obstáculo para un animal hambriento de sangre humana. De hecho, pocos días antes de nuestra visita se había producido un ataque a un turista en un campamento cercano. El panorama no era muy tranquilizador y lo era menos porque al día siguiente teníamos previsto realizar una de las experiencias más peligrosas para el visitante: un safari a pie por los alrededores de Ruaha, para lo que, el selecto y reducido grupo que compondríamos tan arriesgada expedición tendríamos que madrugar bastante.
Por fin en la tienda, protegido únicamente por una lona de milímetros de grosor con aberturas a modo de mosquitera traslúcida que permitía el paso de la suave corriente de aire, caí en el sueño más reparador, arropado por los sonidos de la noche africana que proporcionaban al barritar los numerosos elefantes presentes en la zona. Quedaba mucho Ruaha por descubrir y la idea del safari a pie resultaba a priori muy atrayente. Aquella noche los elefantes no serían la única presencia extraña para los expedicionarios...