Camino del fin del mundo ✏️ Diarios de Viajes de NamibiaSiguiendo la tónica del viaje, a un día para recordar le sigue una paliza de coche. Hoy tenemos que ir desde Sesriem hasta Swakopmund. 350 kilómetros. 300 de grava, 50 de asfalto. La muerte. El día empieza con una visita a Solitaire. Por lo que...Diario: Baches y polvo⭐ Puntos: 4.9 (10 Votos) Etapas: 14 Localización: NamibiaSiguiendo la tónica del viaje, a un día para recordar le sigue una paliza de coche. Hoy tenemos que ir desde Sesriem hasta Swakopmund. 350 kilómetros. 300 de grava, 50 de asfalto. La muerte. El día empieza con una visita a Solitaire. Por lo que hemos leído, no es más que una gasolinera y una tienda, pero es un lugar pintoresco y tan famoso que no podemos dejar de visitarlo. Lo que no sabíamos era la agradable sorpresa que nos esperaba. El lugar es pintoresco, sí, con sus coches semihundidos en la arena y demás, pero lo cierto es que, a primera vista, el Cañon Roadhouse nos pareció mucho más bonito. Paramos, echamos gasolina, sacamos fotos a los coches y compramos algo de comida en la tienda; los suministros que compramos en Windhoek están prácticamente agotados. Antes de irnos, vemos que hay una panadería y decidimos hacerle una visita. He leído en la guía que aquí venden un pastel de manzana muy bueno, pero no me imagino lo que voy a ver (y oler) ahí dentro. La “Desert Bakery” de Moose McGregors es una pastelería artesana en mitad del desierto. El mostrador está lleno de toda clase de magdalenas, galletas, pasteles y bizcochos, y el olor se podría comer. Hacía tiempo que no estaba en un sitio que oliese así de bien, con ese toque que tienen los dulces auténticamente caseros. Es una pena que las fotos no tengan olor…. Compramos una barra de pan, que está buenísimo y recién hecho, dos magdalenas y dos galletas de chocolate enormes. En el último segundo, afortunadamente decido añadir a la compra una porción de pastel de manzana, recién hecho, que están cortando en ese mismo momento. Tiene una pinta impresionante. Sin ninguna duda, es lo mejor que he comido en todo viaje, y de lo mejorcito que he probado en mi vida. Está sencillamente delicioso, y además recién hecho y calentito…. Ummmm El resto de cosas que compramos no está a la altura, pero es igualmente muy bueno. Si pasáis por aquí, no dudéis en parar y comprar algo. Aunque no seáis golosos. Merece la pena. El resto del camino se hace un poco largo. Pasamos por algunos tramos de carretera aceptables, y otros muy malos. El cansancio pesa y hoy lo llevamos un poco peor que el día anterior. Nos mata ir traqueteando a 20km/hora. El paisaje va cambiando poco a poco. Atravesamos el cañón del Kuiseb, subiendo y bajando pequeñas colinas. Es muy distinto a lo que vimos el día anterior, y muy distinto a lo que veremos mañana. Pero estamos tan aburridos de traquetear, y tenemos tantas ganas de llegar a Swakopmund, que casi no prestamos atención. Una pena. Es el mismo cansancio el que nos lleva a descartar la visita a la laguna de Walvis Bay, que habíamos planeado inicialmente. Seguimos directos hasta Swakopmund, donde llegamos poco más tarde de las tres de la tarde. Llegando a Walvis Bay, nos volvemos a encontrar con el desierto del Namib. Entre esta ciudad y Swakopmund, las dunas se extienden a nuestra derecha, y el mar a nuestra izquierda. La arena ya no es rojiza como en Sossusvlei, sino de un color amarillo pálido, casi blanco. Menos impactante y más parecida a la que vemos aquí. Es muy curioso pensar que, desde el lugar en el que estuvimos ayer, subidos sobre las dudas en el Deadvlei, y este lugar, sólo hay dunas y dunas de arena, y nada más. Entramos en Swakopmund, y atravesamos la ciudad para llegar a nuestro alojamiento, que está en el extremo opuesto, en las afueras. Aparentemente, Swakopmund es totalmente europea. Salvando las distancias, me recuerda a Trondheim, donde estuvimos el año pasado: casas bajitas, calles amplias, un cielo plomizo y húmedo, escaso tráfico y muy poca gente por la calle. Resulta algo irreal pensar en donde estamos, e intentar relacionarlo con lo que veo a mi alrededor. Cuando llegamos al hotel, está empezando a chispear. Dejamos nuestras cosas, nos damos una ducha y de nuevo nos ponemos en marcha. Como estamos un poco lejos del centro, decidimos coger el coche en vez de caminar. Paramos primero en un supermercado, para aprovisionarnos (la tienda de Solitaire era más pintoresca que bien surtida), y luego aparcamos cerca del paseo marítimo y la playa. Swakopmund es uno de los mejores exponentes de la arquitectura colonial alemana conservados en el mundo. Pero a pesar de que esto pueda resultar muy sonoro, no es gran cosa. Resultan curiosos sus edificios y sus verdes jardines, sabiendo que estamos en medio de un desierto. No diría que es un lugar bonito. Me genera de hecho una cierta incomodidad, como estar en una especie de gueto. Paseamos por el paseo junto a la playa. Estamos en un importante destino turístico, sobre todo para los habitantes blancos de Windhoek. Pero estamos en invierno, y las hileras de apartamentos que se ven junto a la playa están vacías. El día, gris; el mar revuelto y embravecido; la playa sucia de ramas y algas. La sensación es algo desangelada, pero agradecemos dar un paseo, estirar un poco las piernas y encontrarnos en un ambiente fresco y sin rastro de polvo. Seguimos paseando entre las casas, pero no vemos nada demasiado digno de atención. Entramos en una librería y aprovechamos para comprar los mapas Shell de Chobe y Moremi que necesitaremos en unos días. De repente, encontramos un bar abierto, y entramos a tomas unas cervezas. Aquí, la sensación de estar en un gueto se intensifica, porque todo lo que tenemos a nuestro alrededor es totalmente alemán, y de hecho, el camarero se dirige inicialmente a nosotros en esa lengua. En nuestro paseo, hemos visto un restaurante del que yo había leído buenas críticas, The Lighthouse, y decidimos probarlo. Esta muy lleno, pero nos encuentran una mesita. Yo pido una ensalada de la casa, y una olla de mejillones, y mi chico, camembert a la plancha y King Fish ídem (no tengo ni idea de que pescado es, pero estaba bueno). El sitio no está mal, no es un restaurante de lujo ni nada por el estilo, pero el ambiente es muy agradable, y la relación calidad-precio, correcta. Mi ensalada es enorme, y tiene todo tipo de marisco y pescado, incluyendo tres ostras gigantescas, que no me atrevo a probar (no soy muy amiga de las ostras, y me da miedo que me sienten mal). Hasta ahora, los entrantes que habíamos pedido eran habitualmente pequeños, así que esto me pilla de sorpresa. Estoy tan llena, que no puedo con más de la mitad de mi segundo plato, y es una pena. La cazuela de mejillones, con una espesa salsa de queso y ajo, están realmente deliciosos. De beber, pido mi primera copa de vino sudafricano, que tanta fama tiene. Tinto, y bastante normalito, la verdad. Nada reseñable. Despertamos a la mañana siguiente, descansados después de una noche en una cama de verdad (esto es apreciar los pequeños placeres….). Sigue lloviendo, lo que es poco habitual en esta zona, como nos informan los dueños del hotel. Bien. Somos vascos y llevamos la lluvia con nosotros. Iniciamos el camino de la Skeleton Coast. Pronto vemos el primer barco naufragado, y nos acercamos para sacarle alguna foto. Hay bastantes turistas, y unos cuantos vendedores de minerales. Avanzamos rápidamente. La carretera es lo que llaman una “salt road”, que no se diferencia mucho de una carretera asfaltada, salvo en que hay bastante barro, lo que no contribuye mucho al buen estado de nuestro coche. Tras salir de Swakopmund, atravesamos otro núcleo vacacional de aspecto desvaído, Henties Bay, y luego… nada de nada. Arena que se extiende a los lados, planicies salinas, montones de algas…. Algo más adelante, otro naufragio, este con pinta de ser reciente, porque el barco todavía echa humo. Vemos movimiento de coches, y por supuesto, no nos acercamos. Rápidamente llegamos al desvío hacia Cape Cross. Hemos hecho aproximadamente 120 kilómetros, y sólo son las nueve y media de la mañana. Definitivamente, la salt road gana por goleada a la carretera de grava. En teoría, la reserva de focas de Cape Cross no abre hasta las diez, pero nos dejan pasar. Avanzamos con el coche entre la arena, llegamos al parking y aún no vemos nada. Pero en cuanto bajamos, oímos el ruido, y nos llega el olor. Y al acercarnos a la barandilla vemos miles de focas, apiñadas en unas rocas junto al mar, y en el agua. Montones y montones de focas. Estamos un rato observándolas, y son graciosisímas, sobre todo las pequeñas que van buscando a sus madres. Cuando se acercan a una que no es su madre, ésta las ahuyenta con grandes gritos, que recuerdan casi a gritos humanos y son algo agobiantes. Pero nada comparado con el olor. Es horroroso y me revuelve el estómago, así que, a pesar de que podría haberme tirado un rato largo mirando a las focas, decidimos irnos más o menos a los diez minutos de haber llegado. Siguiente parada: el parque nacional de la Skeleton Coast. En este parque, no nos cobran entrada, sólo nos piden que compremos algo de lo que tienen a la venta en la oficina. Compramos una camiseta. Nos informan de que no está permitido llegar hasta Torra Bay, como teníamos intención, y que tenemos que desviarnos unos diez kilómetros antes para salir por la Springbok Wasser Gate, lo que nos pondrá en camino a nuestro alojamiento para esta noche, cerca de Twyfelfontein. Poco después de pasar la puerta, nos desviamos de la carretera principal para acercarnos a la costa y ver un naufragio. Realmente, no hay tantos barcos hundidos como la leyenda dice, y además, la mayoría de ellos están en la parte del parque al que no se puede llegar con coche, porque no hay carreteras. El naufragio no es gran cosa, pero es una sensación extraña estar aquí, azotados por el viento, absolutamente nadie a la vista excepto nosotros dos, y el océano enfurecido rompiendo a nuestro lado. Un poco más adelante, paramos a comer junto a una marisma. Estamos en lo que parece una salina seca, y el suelo se rompe bajo nuestros pies. Hasta Cape Cross, nos hemos cruzado con bastantes coches, pero de allí en adelante, prácticamente no hay tráfico. En la entrada, hemos visto sólo dos coches pagando la entrada con nosotros, pero mientras estamos aquí parados, no pasa absolutamente nadie. A partir de aquí, el océano desaparece. Ya no lo vemos, aunque sabemos que sigue a nuestra izquierda. El paisaje se hace cada vez más desolado, la arena se oscurece y hay mucha grava y rocas. Me pregunto si esto es así de forma natural, o está degradado por la acción del hombre. Nos resulta curioso ver que se indican como atracciones turísticas minas o torres extractoras de petróleo, que están abandonadas, y en vez de ser desmanteladas se han dejado ahí. Para el olvido. La sensación de irrealidad va aumentando. La arena se convierte en grava negra. Una planicie inmensa se extiende a un lado y otro y se confunde con la carretera. Gradualmente, vuelven las dunas, y la arena rojiza va asomando de nuevo entre la roca negra. El cielo comienza a clarear poco a poco, y el contraste es increíble. El viento azota cada vez con más fuerza, así que no bajamos del coche para sacar fotos. No podemos. Lo intentamos una vez, y el solo hecho de abrir la puerta nos cuesta. Este paisaje es la nada, la más absoluta desolación, pero es fascinante. A lo lejos, vuelve a aparecer el mar, y las dunas del Namib. El viento es tan intenso que lo arrastra todo, y si miras a lo lejos, parece que el camino se desvanece. Es como si el desierto se estuviera comiendo la carretera, y tú sólo vieras el sol reflejado en la arena, mientras avanzas hacia su boca. Hacia el auténtico fin del mundo. Os prometo que las fotos no hacen justicia. Es probablemente el paisaje más impactante que he visto en mi vida (hasta ahora). No creo que recorramos más de cinco o diez kilómetros en esas condiciones, pero a mí se me hacen eternos. Poco a poco, voy notando un ahogo, una congoja, como si realmente fuéramos hacia la nada, y se me pasan por la cabeza cosas como: “¿Y si pinchamos una rueda aquí?”. La simple idea de bajar del coche y enfrentarme al viento ya me da respeto. No quiero pensar lo que será una tormenta de arena aquí. De repente, vemos el indicador que nos obliga a girar a la izquierda, en dirección a la puerta, alejándonos del mar. En cuanto giramos y nuestra posición con respecto al viento cambia, la sensación de apocalipsis desaparece. Estamos en una carretera de grava namibia, una de tantas, con algo más de 150 kilómetros por delante para llegar a Twyfelfontein. Índice del Diario: Baches y polvo
Total comentarios: 14 Visualizar todos los comentarios
📊 Estadísticas de Etapa ⭐ 0 (0 Votos)
Últimos comentarios al diario: Baches y polvo
Total comentarios: 14 Visualizar todos los comentarios
CREAR COMENTARIO EN LA ETAPA
Diarios relacionados Namibia: 9 días de aventura africana con niños
Ruta de 9 días por Namibia, dos adultos con 2 niños (de 9 y 7 años) en 4x4 con...
⭐ Puntos 4.93 (43 Votos) 👁️ Visitas mes actual: 406
Namibia en 2 semanas: de Fish River Canyon a Etosha
Viaje de 2 semanas visitando Kalahari Game Reserve, Fish River Canyon...
⭐ Puntos 4.93 (15 Votos) 👁️ Visitas mes actual: 140
Namibia, Botsuana y Victoria Falls 2017
30 días recorriendo Namibia, Botsuana y las Cataratas Victoria en julio de 2017 por libre.
⭐ Puntos 4.92 (12 Votos) 👁️ Visitas mes actual: 137
NAMIBIA Y CIUDAD DEL CABO 3 SEMANAS POR LIBRE
Descripción del viaje realizado en todoterreno por Namibia durante 15 días, con...
⭐ Puntos 4.86 (7 Votos) 👁️ Visitas mes actual: 81
Namibia en luna de miel
Un viaje único e irrepetible por Namibia, de luna de miel (y original, no me digáis que no). Por libre y con caravana.
⭐ Puntos 4.92 (13 Votos) 👁️ Visitas mes actual: 64
Galería de Fotos
|