Nos despertamos, nos preparamos y subimos a desayunar. El desayuno era típico bangla; una borota, vegetales hiperpicantes y tortilla también picante para mí, y D tuvo la suerte de que le pusieron un huevo frito. Les dijimos a ver si en vez de la tortilla me podían poner un huevo a mí también y lo que hicieron fue sacar otra tortilla picante…. Es complicado entenderse con la gente de allí.
Salimos a pasear un poco antes de ir a la estación de autobuses. Había muchos puestos por la calle, D se compró 2 camisetas por 100 takas cada una (más o menos 1 euro), luego pasamos por una pastelería y entramos a comernos un par de pasteles, ya que no habíamos desayunado demasiado.
A media mañana volvimos al hotel a recoger las mochilas y buscamos un tuktuk para que nos llevase a la estación de autobuses. Una vez allí, preguntamos por el autobús a Jessore y tuvimos la suerte de que salía uno en ese momento, así que nos subimos, pagamos 160 takas por los 2 y nos pusimos en ruta disfrutando de los viajes en autobuses por bangladesh, con su curioso código de gritos, golpes en el autobús, viendo como suben animales y personas en la parte superior… Estos viajes los disfrutábamos, no como el que hicimos con el loco suicida de Dhaka a Barisal.

Llegamos a la “estación” de Jessore, y buscamos el autobús con dirección a Jhikargacha. Los paisajes en esta época por esta zona de Bangladesh son impresionantes, inmensos arrozales, palmeras, plataneros… Todo de un verde tan intenso que no puedes apartar la mirada. Bueno, la apartas cuando llegas a algún punto en el que se baja o sube gente y el “revisor” comienza su ritual de gritos y golpes y después reordena a los pasajeros.
Una vez que llegamos, vimos que K nos estaba esperando con otro hombre, bajamos y nos dimos un afectuoso saludo. En esta zona de Bangladesh, cercana a la frontera con India íbamos a visitar a las familias de la pareja que vive aquí. Nos quedábamos a dormir en casa de la familia del chico.
Cogimos una carreta y fuimos los 4 hasta el pueblo, que estaba a escasos kilómetros. Enseguida nos dimos cuenta de que pasar los últimos días de nuestras vacaciones allí nos iba a gustar mucho. Se respiraba una gran tranquilidad, los paisajes no podían ser más bonitos y la hospitalidad de aquella gente no tenía límite.
Cuando llegamos a la casa estaba toda la familia esperándonos, abuelos, padres, hijos, sobrinos….. Hicimos todas las presentaciones de rigor, nos enseñaron la que iba a ser nuestra habitación y nos ofrecieron algo de comida. Comimos algo de fruta y nos llevaron los jóvenes de la casa a enseñarnos el pueblo.
Era un pueblo pequeño, con casas muy desperdigadas, rodeado de grandes arrozales. En él hay una comunidad cristiana bastante importante para lo que es Bangladesh, donde son una pequeñísima minoría, de hecho hay una iglesia bastante grande.
Vimos el atardecer junto a un arrozal y de ahí fuimos al lugar donde se celebraba el Durga Puja.

Había un escenario con música y un “bar” donde nos tomamos unos tes, comimos unos cacahuetes (el chico que los pesaba y vendía era majísimo) y fuimos el centro de atención del pueblo.


Después volvimos a casa a cenar. Hoy tocaba arroz (cómo no) con carne. Tras cenar estuvimos un rato hablando en la calle, jugando y riéndonos con los niños. Es curioso porque allí nunca tienen prisa para irse a dormir, serían más tarde de las 12 para cuando nos metíamos en la cama.