Dormimos otra vez súper agusto, y nos levantamos en el que iba a ser nuestro último día completo en Bangladesh. Para desayunar esta vez no tuvimos huevos con patatas, nos pusieron una especie de noodles que no estaban malos.
Queríamos invitar a comer a toda la familia, y para ello teníamos que ir a Jhikargacha (que es el pueblo más grande de la zona) para comprar la comida en el mercado. Nos dijo el abuelo que nos acompañaría, ya que al ver que éramos blancos igual nos querrían timar, y K también se vino con nosotros. Así que cogimos los 4 una carreta hasta el cruce de la carretera y ahí cogimos un tuktuk compartido hasta Jhikargacha.
El mercado era bastante grande y muy interesante, con muchos puestos repartidos como por secciones; verduras, carne, pescado…. Queríamos comprar langostinos, que aquí nos habían dicho que eran muy grandes y buenos, de carne compramos ternera y luego cogimos también alguna verdura, fruta y el abuelo aprovechó para comprar hojas de esas que mastican.





Con la compra hecha volvimos a casa, y había que empezar a prepararla. Y ¿quién se encarga de la cocina en esos países? Pues sí, las mujeres. Así que las mujeres de la casa me cogieron a mí y estuve con ellas preparando la comida, mientras D se iba con los jóvenes a los arrozales y los canales que había junto a la casa a jugar, bañarse y coger pececillos. Y lo peor es que se llevó el móvil que usábamos para el traductor!!! Me había quedado sola ante el peligro.
Las cocinas allí son muy curiosas, están siempre fuera de las casas. En estas zonas rurales, tienen unas chulas (estilo a unas cocinas de leña), y utilizan como combustible unas cañas a las que adhieren caca de la vaca y las dejan secar.



Para pelar y picar la verdura, limpiar la carne, etc, tenían el mismo utensilio que habíamos visto en Dhaka, y yo no me apañaba nada. Encima a la cocina sólo se podía entrar agachado, había que sentarse prácticamente en el suelo y hacía mucho calor. A las mujeres les hacía gracia verme tan torpe en esa cocina, y yo me agobiaba un poco. No hacía más que pensar dónde estaría D y qué estaría haciendo, seguro que estaba pasándoselo bien….


Por fin volvió D con los jóvenes, alguno de ellos venía con toda la ropa mojada y les cayó una buena broca del abuelo. La ternera ya la teníamos guisando y tocaba hacer los langostinos. Nuestra intención era hacerlos a la barbacoa pero claro, ellos allí no tienen ese concepto, así que como yo ya había sufrido bastante le dije a D que me ayudase prepararlos. No se cómo acabó entendiéndose con el abuelo y éste le sacó unos alambres finos. Con esos alambres preparamos una especie de pinchos morunos y los colocamos sobre la “chula”, que aunque nos es igual que la barbacoa conseguimos que se hiciesen bien. Eso sí, preparé una salsa en la que untábamos los langostinos que luego se chupaban todos los dedos.
Nos habíamos pasado haciendo la compra así que sobró bastante, pero bueno ya lo utilizarían, allí no se tira nada.
Después de comer estuvimos jugando con los jóvenes. Les hacíamos algún truco de magia, les enseñamos a jugar a los seises… nos reímos bastante. A media tarde nos llevaron a dar una vuelta por los alrededores de un pueblo. Qué bonito disfrutar de esos paisajes, con el ritmo tranquilo de las zonas rurales, los arrozales tan verdes, los ríos, estanques…. Ellos se escondían y nos daban sustos, nos enseñaban a hacer pompas con las hojas de los árboles…. Nos lo pasamos muy bien.






Cuando ya empezaba a oscurecer volvimos al pueblo, hicimos otra ronda de visita de casas y fuimos a la fiesta del Durga Puja. Tenían montado un escenario con la imagen de la diosa de fondo donde sonaba música a todo volumen mientras la gente (los hindús del pueblo) bailaba entre humo de incienso. Nos tomamos unos tés y unas tortas mientras observábamos la fiesta, y cuando se terminó volvimos a casa a cenar.
Tras la cena estuvimos un rato hablando en la calle, jugamos al juego de la silla y a alguno más y sobre las 11 y media nos fuimos cada uno a nuestra habitación. Había sido un día muy aprovechado.
Ya en la habitación, empezamos a mirar las opciones para ir de Calcuta a Delhi. Básicamente eran 2: avión o tren. El precio del avión había subido bastante, así que pensamos en coger un tren nocturno (eran 17 horas de viaje). Resultó que los trenes estaban todos llenos, así que reservamos billetes en lista de espera para el que mejor nos convenía por horarios. Estábamos en la posición 5 y 6 de esa lista, esperábamos tener suerte y que pudiésemos conseguir litera, sino a una mala siempre podríamos ir en avión.
Nos dormimos con penita ya que era nuestra última noche en Bangladesh.