El día se presentaba con sol y buena temperatura: ¡bien! Después de desayunar, emprendimos una jornada larga pero muy prometedora, dedicada a los glaciares.
El itinerario por los glaciares en Google Maps.

Y, como aperitivo, antes de marcharnos, fui a fotografiar el que teníamos detrás de nuestro alojamiento, ahora iluminado por el sol.
Circulando por la “ring road”, la costa quedaba a la derecha y, a la altura de Vik i Myrdal, distinguí el tercero de los peñascos que se me escapó la tarde anterior. Durante unos kilómetros, pude ver una parte del litoral, con playas de arenas negras, pequeños acantilados y zonas de lavas y pseudocráteres.
Los panoramas costeros perdieron interés con la aparición de los glaciares, que se distinguían claramente desde la carretera, en una especie de ruta panorámica espectacular.
Las cámaras de fotos echaban humo, sobre todo cuando apareció la lengua glaciar Skaftafellsjökull y a su derecha la Svínafellsjökull, con unos impactantes tonos blancos. ¡Madre mía, qué nombrecitos! Terminaré escribiendo un disparate. En fin, pido disculpas por si me equivoco.
También vimos el monumento del Puente Skeidará, que formaba parte de la carretera de circunvalación. En 1996, el volcán Vatnajokull entró en erupción, derritiendo una parte del glaciar Skeidaraljokull, debajo del cual se hallaba. Las enormes inundaciones que se ocasionaron, que arrastraron icebergs del tamaño de una casa, destruyeron todo a su paso, incluido el propio puente, del que solo quedaron las dos vigas retorcidas que hoy componen el monumento conmemorativo. Al fondo de la foto, se puede ver el glaciar.
Lengua glaciar Svinafellsjokull.
Cerca del Parque Nacional de Skaftafell, se encuentra esta lengua, que forma parte del enorme Vatnajökull, uno de los glaciares más grandes de Europa, cuyo borde meridional es el que se ve desde la carretera. Aquí se encuentra también el pico Hvannadalshnjukur, el más alto de Islandia con 2.110 metros de altura, que es el cráter cumbre del volcán Oraefajokull.
Poco antes de llegar a la gasolinera de Freysness, sale una pista que conduce a un aparcamiento en un par de kilómetros. Según he leído, hasta hace poco la pista estaba en pésimas condiciones, pero ahora la han arreglado y no presenta problemas.
Desde el parking, pudimos hacer una pequeña caminata hasta la base de la lengua glaciar, pasando previamente por una bonita laguna de aguas azules que ofrece unas vistas espectaculares.
Ya frente a la lengua glaciar, lo que más me llamó la atención fue el contraste de colores: el blanco inmaculado en el fondo del glaciar, el negro cubriendo muchos bloques de hielo, que aún conservan la caperuza negra ocasionada por las cenizas de la erupción del Eyjafjallajökull, y su laguna de color marrón, hasta cuyas orillas me acerqué.
Es posible caminar por este glaciar, pero hay que tener muchísimo cuidado y recurrir a guías especializados, ya que resulta peligroso adentrarse en el hielo sin tener experiencia y, de hecho, se han producido accidentes mortales. Particularmente, no eché de menos esa experiencia –la recomiendo, eso sí-, pues ya había hecho un trekking sobre un glaciar en Noruega.
De vuelta al bus y a la carretera 1, recuperé la visión de los montículos verdes y las casitas de colores a la izquierda y la línea costera a la derecha, hasta que los glaciares volvieron a reclamar todo el protagonismo.
Ahora sí que no me aventuro con los nombres, pues no sabría ni identificarlos ni escribirlos, así que me voy a limitar a poner algunas fotos de muestra, entre las que me gusta especialmente una con tres cascadas incluidas.
En fin, disculpad por la profusión de fotografías, pero es que si normalmente me cuesta trabajo escogerlas, en esta ocasión me siento incapaz de hacer un selección más reducida. Y es que creo que estos fueron los kilómetros más espectaculares visualmente de toda la ruta; y mira que los hubo...
Fjallsárlón y Fjallsjökull.
Pues sí, lago y glaciar de Fjalls. Parecía que daban su fruto los sufijos que me aprendí antes del viaje. El caso es que paramos a almorzar en un restaurante en las inmediaciones de la laguna. Un buffet sin mucha historia, que tomé rápidamente para que me diera tiempo a hacer un pequeño circuito circular que cuenta con varios miradores y que lleva a orillas de la laguna, donde contemplé un precioso espectáculo de brillantes icebergs de diferentes formas y tamaños flotando en unas aguas de un color marrón muy tenue.
Detrás, el glaciar resplandecía con un tono blanco inmaculado en su parte central, si bien los hielos más próximos al agua, igual que los desgajados icebergs, despedían preciosos destellos azulados bajo la luz del sol. Y estaban tan cerca que casi se podían tocar con la punta de los dedos.
Desde un lateral de esta laguna, parten pequeñas embarcaciones para acercar a los excursionistas hasta el hielo. También existe una ruta senderista que, en un recorrido de algo más de cinco kilómetros, comunica esta laguna con su hermana mayor, la famosísima Jokursarlon, mirando en cuya dirección aparecían nuevas lenguas glaciares.
Me gustó mucho esta laguna, con el glaciar y sus icebergs. Además, al no ser de las más turísticas, tampoco está demasiado concurrida. Todo un espectáculo este sitio, y muy tranquilo.
Laguna glaciar de Jökusárlón.
Al fin habíamos llegado a uno de los lugares más visitados de Islandia. Su nombre significa, precisamente, Laguna del Río Glaciar, tiene una superficie de 18 km2 y es el lago más hondo del país, pues llega hasta los 248 metros de profundidad.
Esta laguna comenzó a formarse en la tercera década del siglo XX como consecuencia del retroceso del glaciar Breiðamerkurjökull, sigue aumentando de tamaño y debe su color único a la mezcla de agua dulce y de mar, ya que comunica directamente con el océano.
Aquí se rodaron las películas de James Bond "Muere otro día" y "Panorama para matar"; y también "Tomb Raider".
El espectáculo que ofrece con los icebergs flotando en sus aguas azules es fantástico. Se puede caminar por sus orillas y contemplar las vistas desde varios miradores. Aunque es frecuente ver focas holgazaneando en sus orillas en verano, nosotros no tuvimos esa suerte.
Teníamos incluido un paseo en barco anfibio. Duró unos 45 minutos y, particularmente, lo disfruté mucho, pese a que hay quienes aseguran que no merece la pena porque los barcos se acercan poco a los icebergs. Los paseos en zodiac son más caros y quizás se aproximen algo más a los bloques helados, aunque no demasiado. Cada cual que decida. A mí me pareció una experiencia estupenda.
Diamond Beach o la Playa de los Diamantes.
Después, nos acercamos hasta la desembocadura de las aguas de la laguna en una playa de tierra negra llamada Breiðamerkursandur, desde la que se contemplan los icebergs que salen a la deriva hacia el océano. Algunos acaban varados en la arena, donde van derritiéndose lentamente, formando esculturas de hielo compactas y traslúcidas, de todos los tamaños, que brillan como los diamantes cuando las ilumina el sol. Por eso a esta playa se la conoce como la Playa de los Diamantes.
Detrás de la playa, se ve el glaciar.

El número de icebergs en la playa depende de muchas cosas, la época del año o las mareas, por ejemplo. Aunque aquella tarde no había demasiados ni muy grandes, sí que pudimos contemplar los suficientes como para hacernos una idea.
En adelante, y todavía durante bastantes kilómetros, estuvimos circulando por la carretera 1 con la espléndida vista de los glaciares; pero esa parte del viaje había pasado y tocaba recorrer los Fiordos del Este.