Aterrizamos en el aeropuerto internacional de Ezeiza en horario previsto (quizás hasta con un poco de antelación). Son las 7 de la mañana hora local. Tenemos el día entero por delante, qué bien!
Bajamos con nuestras mochilas. Jose lleva las 2 y yo sigo en mi papel de tirana de cara a la galería. Esto de viajar sin equipaje es una gran ventaja: no hay que facturar, no hay que sufrir por las maletas y no hay que esperar a que salgan :P. Cambiamos dinero en el banco que se aconsejaba en el foro (tenemos suerte porque nos resulta muy beneficioso).
Vemos las colas para los buses . Hay varios puestos que ofrecen transporte en taxi. Un amigo de Jose (que va mucho a Argentina por motivos de trabajo) nos ha aconsejado que nos movamos por Buenos Aires en taxi por el tema de la seguridad. Le haremos caso en parte. Hoy nos sentimos pudientes y espléndidos por lo que presupuestamos el trayecto hasta nuestro hotel. No nos parece caro y preferimos la comodidad y la rapidez. Para una vez que podemos permitirnos ir de “señores” jejeje.
Nuestro hotel, más bien casita familiar, se encuentra en pleno barrio de Boedo, barrio tanguero por excelencia de Buenos Aires, corazón del tango argentino, donde a principios del siglo XIX comienzan a aparecer los cafetines, el tango y los poetas. El nombre del hotel es “Lola House” y me decidí por él por varios motivos: el precio (razonable), los comentarios por parte de los clientes (inmejorables) y su situación (en uno de los barrios más castizos, sin aglomeraciones turísticas y relativamente cercano al centro).
No hay mucho tráfico a esas horas y llegamos al hotel en tiempo récord.
Desde fuera nadie diría lo que se esconde dentro. La fachada no es muy ancha pero tras sus paredes amarillas se oculta un pequeño tesoro. Una zona de tránsito que lleva hasta el mostrador que hace las veces de recepción, da paso a un patio abierto en torno al que se disponen varias habitaciones . Se nos presentan las propietarias de la casa (son 2 hermanas Ana y Lidia) y nos hacen pasar al comedor. El recibimiento nos hace sentir como en casa. Nos dicen que la habitación aún no está disponible. Ya nos lo imaginábamos por la hora que es. No hay ningún problema! Nos preguntan por el vuelo, nacionalidad, etc y cuando nos damos cuenta ya nos están sirviendo el desayuno. No tenemos mucha hambre, pues hemos comido en el avión hace un rato. Nos replican que eso no es un desayuno, que hay que coger fuerzas porque el día es muy largo. Así que nos toca decidir si queremos un “sandwichito” caliente o frío, huevos revueltos, yogures de frutilla (así llaman a la fresa en Argentina, verdad que suena delicioso? Frutisha!), vainilla… y una variedad de bollería casera que quita el hipo. Todo ello aderezado por mi primer contacto con el dulce de leche, ÑAM ÑAM!. Jose y yo no somos cafeteros, somos “cacaueros”. Así que pedimos nuestra “lechita” y “la mami” (que es como la llamaremos desde entonces) nos remueve el combinado hasta su completa disolución. Es la mami o no? No me disolvían el cacao… no recuerdo desde cuando, jejeje.
Hay algún cliente más desayunando y la “mami” alterna divinamente el cuidado de todos y cada uno. Nos dice que en cuanto terminemos de desayunar nos explicará las rutas a seguir tanto en Buenos Aires centro como en el barrio en el que estamos. Seguimos desayunando tranquilamente. Además de las 2 hermanas hay 2 chicas más ayudando.
Cuando terminamos “la mami” saca varios planos y comienza a trazarnos rutas interesantes. Le preguntamos a cerca de la seguridad en el subte (así se llama el metro allí), en el bus y nos dice que debemos ser cautos pero que no hay ningún problema. Nos ofrece dinero para pagar el bus y el subte. Le decimos que hemos cambiado en el aeropuerto. Nos da de todas formas billetes pequeños y monedas sueltas. Sabíamos por un amigo que estuvo allí a principios de año que los buses van con monedas y que éstas van muy buscadas porque hay pocas. Antes de marcharnos nos dio unas cuantas para que no estuviésemos sin. No contábamos nosotros con la mami que está en TODO!.
Salimos del hotelito y pisamos la calle por fin. Vamos andando hacia la parada del subte de Boedo que está a media cuadra hacia abajo. Moverse en el subte no es complicado ya que no hay muchas líneas y es realmente barato.
Bajamos al final de la línea y allí está la Plaza de Mayo con la Casa Rosada (sede de la Presidencia) al fondo. Como es habitual en la Plaza hay gente concentrada manifestándose, los hay que incluso están acampados y han montado sus tiendas. No coincidimos ningún jueves en Buenos Aires que es el día en que se siguen concentrando las Madres de la Plaza de Mayo.
Damos unas cuantas vueltas por allí y hacemos las primeras fotos argentinas. Es una mañana primaveral realmente preciosa. Mapa en mano enfilamos la calle comercial Florida. Es temprano pero ya hierve llena de actividad, de mareas de turistas, de bailarines que calman la sed de tango callejero que tenemos. Jose, estamos en Buenos Aires! No me lo puedo creer, estamos en Buenos Aires, me repito! Buenos Aires, Buenos Aires, por fin!
Como apenas hemos comido desde que salimos de España, jajajja a la hora de la comida nuestro estómago no perdona y nos estrenamos en una de las pizzerías que se recomendaban en el foro por la zona de Corrientes. Ahora ya acuso el cansancio y tengo más sueño que hambre. No como mucho, la primera empanada del viaje. Nunca antes me había sucedido pero viendo como Jose degusta su primera pizza argentina me quedo dormida en la mesa. Entre la falta de horas de sueño, las pastillas relajantes… lo raro es no haber sucumbido antes a Morfeo. A Jose le va genial mi tropezón para reclamar su querida siesta: Vamos al hotel y descansamos un poco. Le respondo que ya estoy mejor, que me ha pasado la modorra. Jose se mantiene en sus trece y yo no me opongo con mucha convicción porque realmente estoy cansada. Bueno, por unas horitas no pasará nada. Así después estaremos mejor y resistiremos más. Viernes noche porteña, prepárate que voy!
Llegamos al hotel, nuestas cosas ya están en la habitación. Da al patio que vimos al entrar. Es muy grande y espaciosa. Está decorada en tonos rojos; cada habitación tiene una decoración diferente con muebles antiguos elegidos por las propietarias.
Duchita y a dormir! Jose pone el despertador. Me conecto a la esterilla. Ponemos la tele de fondo. Hay fútbol, qué raro! En medio segundo ya estoy dormida. Felices sueños.
De repente me despierto! Aún hay partido por la tele. Buff! Cojo el mando y apago la tele. Pienso que nos hemos dejado toda la noche la tele encendida, qué mal! Vuelvo a cerrar los ojos para seguir durmiendo. Cómo? A ver? Un momento? Toda la noche, no! Que nosotros estamos haciendo la siesta! El despertador aún no ha sonado? Cuánto tiempo hemos dormido? Qué hora es? Joseeeeee! Qué hora es? AIN? Joseeeeee! sí, a ver? Las 22,30 horas. Cómo? Qué? Las 22,30? De España o de aquí? De aquí! No puede ser! Llevamos toda la tarde durmiendoooooo? Pero no habías puesto el despertador? Siiiiii. Pero cómo puede ser? Cómo me puede pasar esto a mi? Mi primer día en Buenos Aires y me paso la tarde durmiendoooooo! Pero y ahora qué? Qué desastre! Estamos un rato que no sabemos muy bien qué hacer. Dudamos si salir a dar una vuelta o no. Estoy en estado de shock! Finalmente optamos por vestirnos y dar una vuelta por la zona.
Sigo lamentándome por lo ocurrido por mucho que Jose quiera consolarme diciendo que necesitábamos dormir. Siempre hay tiempo para dormir, pero en otro momento! Esto es imperdonable! Andando andando por la calle nos encontramos con un bar-restaurante-pizzeria-cafetería-vamos! De todo un poco… Se llama Esquina Sur, está justo delante de la entrada al subte. Hace esquina y todo son cristales por lo que se ve el interior perfectamente. La gente aún está comiendo. Entramos a ver si nos dan algo para llevarnos al estómago. Cuál es nuestra sorpresa cuando nos dicen que podemos comer. No hay horarios! Pues son las 23 horas pero yo no me resisto a tomarme el primer bife de chorizo. No lo probé en la comida… ya no puedo pasar un momento más. La carta es tan extensa como su horario de apertura al público. Tienen de tooo! Pido el Bife Sur (que debe ser la especialidad de la casa). Jose más discreto se pide el plato del día. Las 2 cosas están de vicio. Mi bife es un pedazo de 500 gr de carne jugosa y magnífica acompañada con aros de cebolla caseros, patatas y tomates a la plancha. Un manjar. No sé cómo, pero me lo acabo y hasta me quedan ganas de tomar postre (qué maneras de sufrir!). Los camareros son también muy agradables. Nos despedimos hasta otro día, porque repetimos seguro!
Salimos a quemar el bife y por la misma calle al rato nos encontramos con el salón tanguero del que nos hablaron. Se llama la Esquina de Osvaldo Pluguiese. Están actuando pero preguntamos si podemos entrar y nos dejan pasar. Nos dan una mesa vacía junto a la ventana. De fondo, un viejo bandoneón susurra viejos tangos; de fondo, una lánguida voz habla viejas letras. Me dejo llevar por el momento, por el lugar, por la atmósfera. Me dejo llevar por esas letras que hablan de sentimientos, del desencanto, de la pérdida. Me dejo llevar por esa melodía que te envuelve y te atrapa, por cada nota que le arrancan los dedos del músico al instrumento, por ese juego cómplice que tiene lugar entre los dos… Y rompo a llorar!
Lamentablemente el espectáculo está a punto de terminar. Me han faltado tantos tangos… necesitaba oir más, quería sentir su fuerza otra vez. Habrá que esperar hasta mañana por la noche. Vuelve a haber espectáculo. Reservamos una mesa sin dudar. El camarero que nos atiende (si no recuerdo mal su nombre es Eduardo) dice que nos pondrá en una de las primeras. Le agradecemos la atención. Son las 2 de la madrugada. Toca retirada, aunque a mi me han quedado tantas lágrimas encerradas que me siento incapaz de conciliar el sueño si me voy a dormir. Paseamos un poco más pero al momento tomamos ya el camino hacia el hotel. Espero que mis amigas pastilla y esterilla me lo hagan más fácil. Espero paciente que el sueño venga y me cante tangos y milongas desgarrando notas y acordes armónicos suavemente en mi oído.