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La luz entrando por nuestras ventanas y el graznido de los pedazo de cuervos que rondaban por el motel hicieron que el despertador de aquella mañana dejara de cumplir su función. Por fin. Ahora sí. Estábamos a pocos pasos del Gran Cañón. Y esta vez ni un solo accidente ni avería nos impedirían cumplir uno de nuestros sueños. El Colorado ya estaba esperándonos.
Recogimos todo y desayunamos un megacafé con algo de picar en una gasolinera justo antes de la entrada del parque. A pocas millas antes del acceso, está el campo de vuelos de avionetas y helicópteros de donde despegan las visitas guiadas, que por desgracia al final no contratamos, pero que estoy seguro en un futuro haré.
Otra vez volvimos a hacer uso del bono de los parques nacionales por lo que no pagamos ni un dólar más para la entrada y también de nuevo nos dieron amablemente un mapa detallado de la South Rim del río, y sus recorridos por arriba del acantilado, con las rutas a pie y de autobuses internos disponibles a partir del parking de coches.
Al ser tan pronto por la mañana, la luz era demasiado clara y no se terminaban de apreciar los colores ocres y rojizos de la roca, lo que le hacía perder atractivo al cañón.
Enseguida tomamos la decisión de coger una de las líneas de autobús que salían desde el parking en dirección oeste (red route) y bajarnos en una de las paradas intermedias, haciendo un recorrido a pie hasta unas cuantas paradas más adelante. No podíamos entretenerlos lo suficiente en el parque como hubiéramos querido, porque ya teníamos reservado desde Madrid el espectáculo de "Le Rève" en el hotel Wynn de Las Vegas a las 22:00h, pero había un largo camino de vuelta.
El Gran Cañón fue impresionante, pero al verlo como lo vimos, nos pareció que otros parques que ya habíamos visitado al principio del viaje Pablo y yo eran igual o más de impresionantes… Hay que decir que para ver bien el Colorado debéis ver un atardecer y un amanecer completos, y aprovechar para hacer una excursión desde el aire (bien en helicóptero o avioneta) e incluso bajar hasta el río y recorrerlo en algún tramo. Muchos otros viajeros dicen que la experiencia merece mucho la pena, y es una de las espinas clavadas que me llevo del viaje, que sin duda, tendré que remediar en una próxima visita.
Me quedo con la inmensidad de aquel hueco en la tierra, cómo el agua había horadado el terreno en tanto espacio. Se respiraba tranquilidad en cualquier rincón y desde luego, parecía una maravilla de la Naturaleza.
Eso sí, no puedo dejar de nombrar al elocuente autobusero que nos llevó por el parque por sus grandiosas y completas explicaciones, su voz heredada de nada menos que Louis Armstrong y su última palabra que resonará en nuestras cabezas por mucho tiempo por su energía y sus ganas de vivir: "ENJOOOOY". Desde luego, un gran tío al que espero tengáis suerte de encontraros...
Recorrimos el camino con un paso tranquilo, parándonos en muchos salientes para disfrutar de aquel paisaje, pasamos por un monumento a viejas leyendas y hasta nos sentamos al borde del acantilado. Era una de las cosas que más ganas teníamos de ver, y a pesar de que no todo había salido según lo planeado, no nos defraudó.
Al rato, volvimos a coger el autobús que nos llevó hasta la última parada de esa línea, donde nos bajamos para visitar el Hermit’s Rest.
Este punto tiene varios miradores de otra parte del Cañón, junto a una tienda de souvenirs, restaurante y otras instalaciones para hacer una parada antes de volver al inicio a comenzar con otra nueva ruta. Aquí vimos verdaderos árboles del ahorcado y otra clase de vegetación realmente curiosa.
Era el momento de salir y volver a Las Vegas, así que tuvimos que dejar atrás otros atractivos del parque como era bajar hasta el propio río, recorrer la pasarela de suelo de cristal de un saliente de roca o sobrevolar el cañón, pero eso nos dio pie a pensar que habría una segunda visita a este paraje tan único en el mundo en algún momento del futuro.
De vuelta a la Sin City, hicimos un par de paradas obligatorias: la primera en Williams ya que Miguel no había podido disfrutar de ella y la segunda en la presa Hoover para poder esta vez sí detenernos a contemplar una de las grandes obras maestras del hombre.
Por lo visto, la presa Hoover es una de las mayores fuentes de toda la energía que consume la ciudad de los casinos, que sorprendentemente está toda rodeada de desierto excepto por este lago artificial, que en el momento en que pasamos, andaba en horas bajas. Fue construida como un de las medidas contra la gran depresión y el crack de la Bolsa y todavía supone una referencia a las grandes obras de ingeniería en la actualidad.
Dato curioso: la presa empezó a construirse en 1931 (curiosamente cuando se legalizó el juego en Las Vegas). Además, esta ciudad, que empezó siendo un pueblo de mala muerte donde los trabajadores de la presa se gastaban parte de sus ganancias, terminó siendo la capital mundial del juego y el sumidero de toda la energía que se extrae de esa presa para dar servicio a los miles de luces, neones y focos donde los gambiteros puedan encontrar lo más parecido a un paraíso.
La parada fue bastante rápida y sirvió para despedirnos definitivamente del estado de Arizona (Grand Canyon State) y de sus paisajes de indios y vaqueros.
Atravesando la presa y a unas cuantas millas más volvimos a entrar esta vez por última ocasión en Las Vegas, donde pasaríamos una última tarde-noche de espectáculos, visitas a hoteles y casinos y salida hasta altas horas de la noche.
En esta ocasión decidimos alojarnos en la parte Norte de la Strip, en concreto en el hotel Imperial Palace, que ofrecía buena localización sin ser un gran hotel, pero una decente relación calidad-precio.
Era sábado y ahora sí se sentía el ambiente de la ciudad en su máximo apogeo, o lo que viene a ser lo mismo, que estaba todo hasta la bandera! Esta ciudad cambia completamente su imagen entre ir un día laboral o fin de semana y dependiendo del plan que se busque, conviene elegir bien los días de vuestra estancia allí.
En el propio hotel Imperial Palace había una larguísima cola para el check-in, y estuvimos más de media hora esperando a que nos asignaran habitación, lo cual repercutió sobremanera para las prisas con las que luego tuvimos que lidiar durante el resto de la tarde.
Cuando estábamos en la fila, tuvimos la mala experiencia de ver una bolsa de viaje abandonada en el hall y mis dos compañeros empezaron a preocuparse al ver que nadie venía a recogerla. Era además el 11-S y los nervios andaban a flor de piel. Intentando hacerles olvidar el tema y por la urgencia que nos corría, traté de ayudarles a planificar el resto de tarde, porque aún quedaban muchos hoteles y espectáculos gratuitos que ver y todo antes de Le Rève, para el cual ya teníamos entrada… Finalmente, lo de la bolsa se solucionó con un tío que vino al rato porque se la había dejado, pero después de notificárselo a la recepción.
Aquí tenéis nuestro tercer y último hotel en Las Vegas: el nada pretencioso Imperial Palace:
Dejamos todo en la habitación y comenzaron las carreras… Al final del día nos dimos cuenta que debimos haber dejado algo para un futuro viaje, porque esta tarde quisimos abarcar lo prácticamente inabarcable. Eso sí, ahora estamos en condiciones de deciros lo que merece y no la pena sobre los espectáculos gratuitos de la ciudad (aparte del volcán del Mirage que ya vimos antes, y que desde luego, sí merece la pena).
Nos dirigimos primeramente al colosal Caesar’s Palace y toda su ciudad romana. Este hotel nos pareció im-presionante. Desde luego, uno de los mejores. Algo que no puede escaparse de la visita y posiblemente el hotel más grande de la ciudad.
Ya la entrada principal está perfectamente armonizada en su exterior por fuentes y estatuas del César, además de cipreses y una atmósfera romana sin parangón. El hotel tiene varias entradas, y hasta la zona de tiendas queda ambientada en el conjunto. Desde la calle podréis ver réplicas del Coliseo, la Fontana di Trevi y otros monumentos de la ciudad eterna.
Decidimos entrar por la zona comercial porque íbamos al espectáculo de este hotel (Fall of Atlantis) que nos costó Dios y ayuda encontrar, y luego resultó altamente decepcionante… Todos los recintos del hotel están conectados y es muy fácil perderse porque hay un montón de plazas iguales, además de pasillos infinitos y todo con el techo abovedado y un cielo artificial que simula que estáis al aire libre.
La zona de tiendas del hotel:
Los pasillos que recorren el hotel:
Y una cualquiera de sus plazas con fuentes y estatuas:
Esta es la mejor imagen que tomamos del espectáculo, que contaba la historia entre los dioses y sus hijos y la lucha de la caída de un imperio, todo ello aderezado con un poco de efectos especiales y mucha mezcla de mitología, en la que está basado todo el hotel.
En otra tienda de mitómanos encontramos un personaje conocido:
Pasamos fugazmente por el casino, hall y entrada al Coliseo (donde había concierto de Cher) y cansados ya de ver réplicas de la estatua del César, nos dirigimos a nuestro siguiente espectáculo gratuito: la batalla naval del Treasure Island.
Este espectáculo tiene bastante éxito de audiencia, y no está mal, por lo que vale la pena coger un buen sitio para disfrutarlo. No voy a revelaros en qué consiste pero sí que tiene buenos efectos especiales, bailes y buen elenco de actores y actrices, y es recomendable no perdérselo.
Los horarios de los espectáculos de la calle están en todos los hoteles, y tienen varias sesiones todos los días, incluso cambiando en algunos casos el propio show, así que es cuestión de organizarse bien y no os quedará ninguno sin ver si no queréis.
Tras los aplausos y una visita de entrada y salida al hotel, pusimos pies en polvorosa para ir a ver el más grande y sensacional de todos con diferencia: el Bellagio. Sin duda, este fue el hotel con más elegancia y clase de todos los vistos, que fueron muchos. La fama que le precede es bien merecida, como podréis ver en las fotos siguientes.
Todo está cuidado al más mínimo detalle: tenue luz en los pasillos con paredes color salmón y canela, alfombras por doquier, espejos, suelos bien pulidos que reflejan las lámparas y farolillos… bueno, es claramente otro estilo y el edificio en sí guarda una simetría perfecta.
Se trata de uno de los sitios en los que realmente empezarías a sentirte extraño llevando ropa de calle si no fuera porque en realidad hay mucho turista también dentro del hotel como tú curioseando el glamour que despierta.
Esta es la imagen del hall principal del hotel:
Y esta una de los múltiples pasillos de los que dispone:
En una de las salas hay una exposición de un jardín a lo grande, con insectos, plantas y flores, bajo un techo acristalado y con muchos colores vivos.
Todo el entorno era sensacional, y como no podía ser menos, no pudimos dejar de pasar por el casino, donde había sido rodada la primera película de la saga “Ocean’s eleven”, que había catapultado al hotel a otro escalafón más de la fama que ya tenía.
Una vez más, teníamos que acercarnos a la fachada principal por su parte exterior para contemplar el que, sin lugar a dudas, fue el mejor espectáculo gratuito que pudimos ver.
Aunque es el de mayor audiencia, no nos fue difícil encontrar un hueco en la isleta central para tener la mejor vista. De nuevo se trata de un espectáculo que se repite varias veces al día, pero en todas ellas es distinto, y también cambia de un día a otro no sé con cuánta frecuencia.
Se trata de un juego de agua, luces y sonido, todo ello perfectamente coordinado, para dar una agradable sensación de armonía. Verlo por la noche es más adecuado porque las luces adquieren más protagonismo y desde luego si ya de por sí el Bellagio iluminado es digno de ver, con las fuentes delante se hace indescriptible.
Os dejo un par de imágenes tanto del principio del show como en uno de los momentos álgidos del mismo y a Miguel y a mí emulando al equipo de Dani Ocean de la peli que os acabo de comentar.
Una vez acabada la música de Titanic (que fue la que nos tocó), volvimos al hotel a toda prisa para cambiarnos y ponernos más elegantes para vivir nuestra última noche en Las Vegas. Por el camino, aún sacamos fotos de algunos hoteles emblemáticos.
El tiempo apremiaba, así que, sin más dilación, fuimos al hotel Wynn para por fin presenciar Le Rève, el espectáculo que habíamos reservado desde Madrid. Si bien hay otros que son del Circo del Sol (Ká, O, etc) creo que dimos en el clavo al escoger este:
Os dejo solo esa imagen, porque describirlo me llevaría mucho tiempo, y podría destrozar lo sensacional que nos resultó. Cualquiera de las actuaciones del Circo del Sol merece la pena, pero habiendo estado ya en dos en España, teníamos que darle oportunidad a una nueva compañía en EEUU y desde luego me quedo con esta y os la recomiendo enfervorecidamente!
El día y nuestras aventuras aquí estaban tocando a su fin, pero había un último hotel cuya visita era completamente imperdonable: el Venetian.
Mundialmente famoso por su gran imitación de la ciudad italiana, este hotel alberga en su interior una Venecia entera, con su ponte Rialto, piazza san Marco, etc, todo ello dentro de canales navegables y callecillas estrechas y con encanto como os las encontraríais allí.
Además, tiene la discoteca Tao, que tenía una cola que casi bien pudiera recorrer la Strip y a la que finalmente no pudimos acceder, a pesar de las ganas que teníamos.
Dando un poco de vueltas para ir despidiéndonos, acabamos en el hotel Palazzo y en su discoteca, exprimiendo en un último esfuerzo las pocas fuerzas que nos quedaban del día, que posiblemente, fuera el más completo de todo el viaje.
Con esto, la segunda etapa de nuestro viaje había finalizado y de manera satisfactoria, y a partir del día siguiente abandonaríamos el estado de Nevada para adentrarnos en California, donde comenzaría nuestra segunda parte del viaje y la aventura…
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