El día ha vuelto a levantarse muy gris. Hacía días que no dormía tantas horas seguidas y aún así me cuesta mucho arrancar. Hasta las 11.30 no he de estar en UIBE. Hoy paso a dejarle parte de mi ropa de abrigo a Cristina, una de las becarias de este año que renovará la beca para el siguiente curso. Mi mochila y la maleta de M bien agradecerán la liposucción que generamos. La verdad es que aunque intentamos contar con el hecho de que nos íbamos con ropa de invierno y regresaremos con la de verano, es cada vez más difícil cerrar las maletas con las prendas más voluminosas dentro.
M no había visto el campus y la impresión que le da es buena. Esperamos a Cristina en una cafetería cercana a su casa. Cuando acaba las clases pasa por allí y enseña a M su piso, que será a imagen y semejanza del que yo tenga. Charlamos un ratito, pero ella y María, su compañera de piso, vuelven a tener clase y no queremos robarles mucho tiempo más.
Nosotras nos vamos a la zona de Sanlitun, a que M vea una zona diferente de la capital de China. Lo primero que hacemos al llegar es buscar un sitio dónde comer. Después recorremos el centro comercial y el Yashou Market. No compramos nada: ni marcas buenas, ni marcas falsificadas. Nosotras somos así de rancias. Tenemos el chip programado desde que salimos y de todas maneras, la otra vez que yo estuve compré de todo y más.
Lo hemos visto todo un poco a velocidad del rayo, así que aún nos quedan horas para bajar hasta Qianmen a andar un rato el barrio. A M le gusta especialmente esta zona, y aunque sería bueno pararse en el Quanjude a comer un pato laqueado, ninguna de las dos tiene hambre ni ganas para hacerlo. Además, ha empezado a llover y el sol empieza a esconderse, una señal clara de que hemos de enfilar al hostal a hacer las maletas. Porque este ha sido nuestro último día en la ciudad.
Pregunto en el hostal la mejor manera de ir a nuestra estación de tren (la del Oeste). Menos mal que lo he hecho, porque tengo el mapa de metro desfasado. Hace solo un mes que han acabado la línea 9 y ésta nos acorta el camino que debíamos recorrer.
En la sala común aprovecho para escribir y charlar con algunos viajeros. Obama está correteando y en cuanto me muevo, me sigue a todas partes. Hay algunos huéspedes que le dan comida, así que suele ir detrás de todos nosotros con la esperanza que nos apiademos de su mirada melancólica y le llenemos la pancita. Tiene mala suerte al escogerme, puesto que yo no le doy nunca comida, pero caricias todas las que quiera. Prefiero olvidar que un día, hace no demasiado, me castigó mordiéndome la rodilla.
Son casi las 23h cuando acabo y hoy me siento suficientemente despierta como para leer algo más de lo que vengo haciendo últimamente. Espero no caer dormida a la segunda página.
M no había visto el campus y la impresión que le da es buena. Esperamos a Cristina en una cafetería cercana a su casa. Cuando acaba las clases pasa por allí y enseña a M su piso, que será a imagen y semejanza del que yo tenga. Charlamos un ratito, pero ella y María, su compañera de piso, vuelven a tener clase y no queremos robarles mucho tiempo más.
Nosotras nos vamos a la zona de Sanlitun, a que M vea una zona diferente de la capital de China. Lo primero que hacemos al llegar es buscar un sitio dónde comer. Después recorremos el centro comercial y el Yashou Market. No compramos nada: ni marcas buenas, ni marcas falsificadas. Nosotras somos así de rancias. Tenemos el chip programado desde que salimos y de todas maneras, la otra vez que yo estuve compré de todo y más.
Lo hemos visto todo un poco a velocidad del rayo, así que aún nos quedan horas para bajar hasta Qianmen a andar un rato el barrio. A M le gusta especialmente esta zona, y aunque sería bueno pararse en el Quanjude a comer un pato laqueado, ninguna de las dos tiene hambre ni ganas para hacerlo. Además, ha empezado a llover y el sol empieza a esconderse, una señal clara de que hemos de enfilar al hostal a hacer las maletas. Porque este ha sido nuestro último día en la ciudad.
Pregunto en el hostal la mejor manera de ir a nuestra estación de tren (la del Oeste). Menos mal que lo he hecho, porque tengo el mapa de metro desfasado. Hace solo un mes que han acabado la línea 9 y ésta nos acorta el camino que debíamos recorrer.
En la sala común aprovecho para escribir y charlar con algunos viajeros. Obama está correteando y en cuanto me muevo, me sigue a todas partes. Hay algunos huéspedes que le dan comida, así que suele ir detrás de todos nosotros con la esperanza que nos apiademos de su mirada melancólica y le llenemos la pancita. Tiene mala suerte al escogerme, puesto que yo no le doy nunca comida, pero caricias todas las que quiera. Prefiero olvidar que un día, hace no demasiado, me castigó mordiéndome la rodilla.
Son casi las 23h cuando acabo y hoy me siento suficientemente despierta como para leer algo más de lo que vengo haciendo últimamente. Espero no caer dormida a la segunda página.