Aquí nos sorprendió una mala noticia: los tranvías de la ciudad, el famoso Cable Car, en funcionamiento desde 1873, habían escogido justo esta semana para dejar de circular por trabajos de mantenimiento, ¡del 13 al 22 de septiembre! ¡Y nosotros estaríamos allí del 15 al 18! La carita que debí poner cuando me lo contaban al intentar comprar el abono transporte que tanto había mirado y remirado para ver cual nos interesaba más, debió de darle pena al taquillero porque me animó para que visitara los talleres donde estaban los famosos vagones, para, al menos, verlos.
Defraudadísima, iniciamos la cuesta que nos llevaría al Orange Village Hostel, en la calle O´Farrell, para tomar posesión de nuestra sencilla, y carísima, habitación doble con dos camitas individuales pero, eso sí, baño privado.
Tras dejar nuestras cosas no echamos a la calle, sin ticket alguno de transporte, para dar una vuelta por la calle Market.

Llegamos hasta el embarcadero y regresamos andando. Aunque el cielo amenazaba lluvia e incluso nos cayeron algunas gotas, no llegó a arreciar.

Nos pareció muy europeo el paseo, pero el puente de la bahía empezaba a iluminarse y el perfil de la ciudad entre la bruma con las últimas luces del día y las primeras de la noche nos reconfortaron y nos hicieron ser plenamente conscientes de estar al otro lado del mundo, donde nunca habíamos estado, a donde, seguramente, no volveríamos jamás y procuramos disfrutarlo al máximo.

