Jueves, 19 de septiembre de 2019
Siempre me ha parecido muy sugestivo lo de poder salir directamente al exterior desde la puerta de mi “casa”. Me parece la mejor forma de comprobar qué tal día hace, si debo ponerme manga larga o corta y si respiro el aire (sobre todo el aire del campo, claro) igual o mejor que el día anterior.
Por ello, salí con mi café aguachirri y mi Ducados a echar un vistazo, a seguir tomando conciencia del momento. El gran viaje tantas veces imaginado estaba en marcha. Las pruebas de ello me rodeaban, un coche alquilado a la puerta, una maleta sin apenas deshacer, un saloon al otro lado de la carretera, donde los fines de semana se organizaban bailes con música country... ¡ESTÁBAMOS EN RUTA!!!
Y el destino del día suena bien hasta viéndolo por escrito: Yosemite.
Llegamos a la entrada sur del Yosemite National Park donde adquirimos el American Beauty, el pase anual, y accedimos al párking de Mariposa Grove Wellcome Plaza donde dejamos el coche para tomar el bus del parque que nos adentraba en el bosque de gigantes desde donde poder hacer una pequeña ruta entre secuoyas.

La mañana estaba preciosa, buena temperatura, poca gente y las ardillas nos dieron la bienvenida cruzándose en nuestro camino cada pocos metros. La vista se elevaba constantemente para verificar que es cierto que un árbol puede arañar las nubes y los troncos vencidos y las raíces de los caídos parecían aportar pruebas de un proceso extraordinario.
La intención era dar una corta vuelta, disfrutar de un paraje tan extraordinario, ver al Capitán Grant y el tronco abierto en canal por los desaprensivos que vieron la oportunidad de hacer un túnel vegetal donde seguro que no era necesario, pero acabamos haciendo el Grizzly Giant Loop Trail, algo más largo. Así tuvimos la ocasión de cruzarnos con algunos ciervos (uno hasta se dejó fotografiar)

, y de entrever un pájaro carpintero. Había un grupito de personas hablando en susurros al pie de un árbol con la vista fija entre el follaje superior y allí estaba el auténtico Pájaro Loco de los dibujos animados. Mucho más grande de lo que me imaginaba que eran.
De regreso a nuestro Arizono (el Hyundai tenía matrícula de Arizona) continuamos hacia el Valle para entrar a él por el famoso mirador de Tunnel View, tachando de la lista la subida a Glacier Point, no nos iba a dar tiempo. Allí saqué la que, seguramente, es una de las mejores fotografías de mi vida, pero es que mires a donde mires, todo son postales.

Pasamos el resto del día recorriendo el valle, parando en la Bridalveil Fall, rodeados de gente y de cuervos. Aunque no nos encontramos con grandes aglomeraciones en ningún momento.
Las expectativas las tenía muy altas, y en varios puntos se iban viendo cumplidas, pero al llegar a Swinging Bridge se desbordaron. Belleza en estado puro, apenas contaminada por unos pocos humanos que mancillaban la sinfonía de verdes. Si ya la cascada hubiera llevado agua imagino que me habría dado un fuerte episodio de síndrome de Stendhal.
Hasta ese momento, mi mayor sensación de estar viendo algo extraordinario construido por la naturaleza sin la ayuda de la humanidad se centraba en el recuerdo del valle de Ordesa, seguido muy de cerca por el de Pineta, en mis queridos Pirineos.
Pero reconozco que el rio Merced, escaso de caudal, lento en su discurrir bajo la estructura de madera del puente, refleja un mundo de cuento, parece irreal, parece pintado, parece mentira que el desorden natural origine tal cuadro de tonos y perfiles conjuntados de manera tan armoniosa.

Todavía quedaba día para alucinar con otro escenario natural digno si no de un cuento, sí de un sueño: el paso por Tioga Pass. En lo alto del puerto, a última hora de la tarde, entre las luces que dejaban pasar las nubes que descargaron una granizada importante, el lago Tenaya se erigió en espejo empañado de otra visión.

Montes de granito salpicados de pinos que crecen en grietas imposibles, bosques oscuros y el chivato de alerta por peligro de heladas que se encendió en el salpicadero, conformaron otro escenario nunca visto.

Bajando hacia la vertiente oriental de Sierra Nevada tocaba ver hasta dónde llegaríamos con buena luz para buscar alojamiento para esa noche. Llevaba varios moteles seleccionados entre Lee Vining y Lone Pine. Desde justo a la bajada del puerto hasta la misma entrada a Death Valley.
Acabamos en Bishop, el destino más probable, pero como no había seguridad, no lo llevaba reservado, tocó buscar y tras un intento fallido nos acogió el Bishop Thunderbird Motel, y la habitación que nos asignaron, la 18, tenía a la puerta 3 bonitas Harleys aparcadas. Por supuesto, dos camas enormes, baño, microhondas y nevera.
Decidimos salir a cenar y lo hicimos en un restaurante mejicano, con la esperanza de poder leer la carta y hacernos entender. Esa parte sí la conseguimos, pero las costillas que pedí, esperando una carne asada, “en seco” resultaron ser una especie de estofado y el pollo que pidió mi hermano, estaba especiado de forma extraña para nosotros, tampoco nos gustó. Las patatas sí. Bueno, al menos habíamos entendido a la camarera y ella a nosotros, pero se quedaron sin propina.