Al día siguiente, que era domingo, en vez de realizar las visitas previstas (incluidas y opcionales) del viaje organizado, nos tomamos la jornada por nuestra cuenta, pues mi amiga y yo llevábamos contratada una excursión online desde casa con Civitatis para ver Glendalough, Wicklow y los jardines de Powerscourt. En esta ocasión, la tenían subcontratada a la agencia de tours Irlanda en Español.
La excursión fue algo parecido a esto según Google Maps.
Llegamos con 15 minutos de antelación a la recogida, que era a las 9:30, en la puerta de un hotel de O’Connel Street. En un minibús fuimos 13 clientes y el guía. La primera parte del recorrido lo hicimos por la zona de las Embajadas, donde el guía nos fue explicando algunas cosas. No estuvo mal esta introducción, pues esa parte está un poco alejada del centro y no la suelen visitar los turistas.
Fuera de la ciudad, empezamos a surcar las colinas de Wicklow, que no dejaban de ofrecer el mismo aspecto verde verdísimo, con sus ovejas y vacas, que habíamos recorrido los días anteriores, aunque salpicadas de bosques y elevaciones, un terreno sube y baja, con carreteras estrechas y viradas (muy complicado adelantar a los grupos de ciclistas en domingo). Por lo demás, el paisaje, aunque bonito, tampoco me pareció espectacular.
Glendalough.
Cuando llegamos a Glendalough nos recibió la misma ráfaga de viento de todos los días a esa hora, y el mismo chaparrón en forma de ducha. A esas alturas, ya ni siquiera hice intento de sacar el paraguas. En cuestión de unos minutos, el chubasco pasó y santas pascuas, si bien esta vez tardaría algo más en salir el sol. Ni que decir tiene que se trata de un sitio muy turístico, al que, por su proximidad, llegan muchas excursiones desde Dublín, con lo cual suele estar bastante concurrido.
Conocido como el valle de los dos lagos, lo primero que contemplamos fueron las lánguidas aguas del río. Tras caminar unos minutos, llegamos al pequeño conjunto monacal, que acoge los restos del monasterio de Glandalough, fundado por San Kevin en el siglo VI, si bien la mayor parte de lo que se conserva data de entre los siglos VIII y XII.
Aunque sufrieron los ataques vikingos, curiosamente fueron los ingleses quienes en 1398 saquearon y destruyeron los edificios, que se restauraron en el siglo XIX.
Entre los restos que se pueden ver están la Casa del Portero (doble arco que ejerce de entrada), una torre redonda de 33 metros de altura, la Catedral del siglo XII, la Casa de los Curas o lugar de enterramiento de los sacerdotes, el oratorio de San Kevin (St Kevin´s Kitchen), con un campanario circular del siglo XI y la Iglesia de St. Mar, la más antigua, que contiene algunas esculturas románicas.
Desde luego, en un lugar así no faltan las leyendas, una de las cuales afirma que aquel que roce la piedra del rey O’Toole, donde está grabada una cruz, le serán perdonados todos sus pecados. ¡Quién se resiste, pues! También aparece en un extremo la Cruz Celta de San Kevin, y aquellos que la abracen, volverán a la verde Irlanda. Otra curiosidad es que, según rezan las lápidas de muchas de las personas allí enterradas, la mayor parte murieron con más de cien años, lo que se debe, supuestamente, a la extraordinaria calidad de las aguas del glaciar que alimenta los manantiales.
Un paseo de un par de kilómetros a través de un sendero bastante fácil conduce desde el lago inferior al superior, permitiendo contemplar bonitas perspectivas y también una espesa vegetación.
Ya en el lago superior, también quedan algunas ruinas de los tiempos de San Kevin, aunque, sobre todo, se puede contemplar un idílico paraje con un valle de origen glaciar. En fin, el sitio apropiado para la inevitable foto de recuerdo.
Para volver, se completa una pequeña ruta circular por la senda Green Road, contemplando bucólicos paisajes, con praderas donde pastan las ovejas, marcadas con sus puntitos azules.
En resumen, me resuló una visita muy agradable tanto por los restos de los monumentos como por el bonito paisaje que se recorre.
Jardines de Powerscourt House.
La segunda parte de esta excursión nos llevó hasta los jardines de una mansión neoclásica, situada en Enniskerry, no muy lejos de Glendalough. La construcción de la casa se inició en 1731 y ocupó el lugar de un antiguo castillo normando. Sufrió un grave incendio en 1974. Es de propiedad privada y su interior, según parece, no tiene demasiado interés.
Lo más destacado son los jardines, que figuran entre los más bellos de toda Irlanda. Se concluyeron entre 1858 y 1875, fecha en que se añadieron puertas, estatuas y urnas. Y, sí, son bonitos, muy bonitos: la verdad es que nos sorprendieron muy gratamente.
Al llegar, cuando el guía nos dio dos horas para recorrerlos, le miramos un tanto escépticos. Luego, no nos sobró ni un minuto, porque son enormes, ya que comprenden también una vasta zona de bosques, donde se puede pasear lo que se quiera. Viene muy bien utilizar el plano que nos facilitaron y seguir alguno de los itinerarios sugeridos para no perderse lo mejor.
Cuentan con varios espacios. Nosotras empezamos visitando el llamado Jardín Fortificado, una de las zonas más antiguas, donde se encuentran unos macizos de plantas espectaculares con flores enormes y de colores sumamente llamativos; además hay un jardín de rosas y un estanque conmemorativo. Mención especial merece la Puerta de Bamberg, de 240 años de antigüedad, que llegó desde la catedral de Banberg en Alemania.
Pasamos después por el Estanque de los Delfines, el Paseo de los Rododendros y el curioso Cementerio de Mascotas, todo entre una vegetación fantástica, en medio de un bosque espeso de árboles de muchas especies y tamaños enormes.
El Lago del Tritón ofrece una visión idílica, plagado de nenúfares, enmarcado por una fuente inspirada en la de la Piaza Barberini de Roma, y dos caballos alados de tamaño natural y de color plateado; todo coronado por la estampa de la mansión en lo alto. Precioso.
El Jardín Japonés es también muy bonito, entre arces japoneses, azaleas y palmeras, con estanques, grutas y quioscos, que me recordó a los que había visto en Madeira.
Por uno de los senderos que se dibujan entre la vegetación, llegamos hasta la Torre de la Pimienta, a la que se puede subir, y que está medio escondida entre árboles de gran tamaño. Subí, claro, aunque las vistas no eran muy destacadas precisamente porque las tapaban aquellos árboles tan enormes.
Finalmente, llegamos hasta el Jardín Italiano, dividido en terrazas, con escalinatas y esculturas, que se asoma al Lago del Tritón y que ofrece, al fondo, unas panorámicas espléndidas de la campiña irlandesa, con una colina y todo.
Me gustaron mucho estos jardines. Fueron toda una sorpresa.
Almuerzo en el Pub Johnnie Fox's.
La tercera parada de la excursión fue para almorzar. Al salir, el guía nos comentó que pararíamos a comer en un lugar tradicional, un menú cerrado y opcional, por 20 euros. Esto hay que tenerlo presente a la hora de hacer la reserva, porque donde está el sitio en cuestión no hay nada más. Así que o te llevas un bocata y te lo tomas a la intemperie o aceptas el menú o te quedas sin comer. Ya íbamos avisadas y no tuvimos inconveniente.
Nos llevaron al Pub Johnnie Fox´s, un establecimiento muy conocido, con decoración vintage y actuaciones en directo, que presume de ser el pub situado a mayor altura de toda Irlanda.
Su interior es muy curioso, con multitud de objetos y aparejos antiguos, así como fotografías de los famosos que lo han visitado (el rey Felipe, cuando era príncipe de Asturias, entre otros). El menú, que incluía agua, consistió en sopa (puré de verduras), estofado de cordero, tarta de manzana con helado y café. Al ser domingo, había mucha animación, gran cantidad de gente y cantantes en directo. No estuvo mal.
La única pega, demasiada concurrencia y todo el mundo muy junto, algo no muy recomendable en estos tiempos nuestros de pandemia, pero ya totalmente aceptado a estas alturas. ¿Fue allí dónde me captó el bicho, que se me presentó tres días después, ya de regreso en España...? A saber, porque mi amiga no trajo nada.
A las cinco y media ya estábamos de nuevo en Dublín.