A unos 18 kilómetros de Limerick, nuestro siguiente destino era Adare, una pequeña localidad de poco más de 2.500 habitantes que está considerada Patrimonio de Interés Nacional Irlandés, y uno de sus pueblos más bonitos. En fin, tampoco diría yo tanto, pues me pareció más que nada una calle larga orientada al turismo masivo, así como al golf y a la celebración de eventos; aunque quizás influyó en mi opinión el atasco tremendo que tuvimos que soportar, con la consiguiente merma en el tiempo que nos quedó para recorrerlo. No me gustan las prisas; y, en particular, me disgustó no poder acercarme a contemplar de cerca la bucólica estampa del casi desmoronado Castillo de Desmond (siglo XIII), que solo vi un momento desde el autobús.
Situación de Adare en el mapa de Irlanda.
Sí que entramos en el llamado Priorato Trinitario, único monasterio de la Orden Trinitaria registrado en Irlanda, cuyo origen se remonta al siglo XIII y cuyos monjes se supone que llegaron procedentes de Escocia.
Resultó muy dañado en tiempos de Enrique VIII, por lo que fue reconstruido y ampliado durante el siglo XIX. Hoy en día es la Abadía de la Trinidad y funciona como iglesia católica. Era tan tarde, nada menos que las cinco, que ya la estaban limpiando para cerrar. Llegamos por los pelos.
Considerado como encrucijada de caminos sobre el río Maigue, afluente del Shannon, desde el siglo XIII, Adare cuenta con numerosas casas de campo de estilo irlandés tradicional, construidas en piedra y con tejados vegetales.
La mayor parte de ellas se han conservado gracias a su transformación en restaurantes, hotelitos y tiendas de productos típicos y artesanía, si bien algunas mantienen su propiedad privada.
Estéticamente, son muy bonitas, aunque las encontré demasiado orientadas hacia el turismo, muy preparadas para gustar y sacar la foto. Eso sí, los jardines y el conjunto de flores que exhiben me parecieron fantásticos.
¡Qué preciosas lucen las flores en estos países donde llueve tanto, y qué tamaño tan espectacular alcanzan! Y también duran mucho porque no las quema el sol en verano, cuando logran su máximo esplendor. Naturalmente, una cosa por otra. En fin, de todas formas, no creo que me compensase.
Luego, de camino hacia nuestro hotel, en Tralee, todo seguía verde, verdísimo, aunque también me llamaban bastante la atención los atractivos murales que tienen algunas casas en sus fachadas laterales.