Amanecemos temprano. Nuestras vejigas no aguantan más y tenemos toda la playa para hacer pis.
Por suerte los zancudos no nos han picado durante la noche, tampoco habían muchos, según ellos, porque para nosotros habían un montón.
Para desayunar Edith nos hizo unos bocatas de carne buenísimos, con plátano frito, que acompañaría todas nuestras comidas.
Una vez hemos recogido entre todos el campamento iniciamos el viaje hacia el río Amazonas, porque aunque ya estamos en la selva amazónica, lo que nos hace ilusión es navegar el inmenso río.
César me montó un chiringuito en la barca para que me tumbara que me dejó frita, total, que no vi el Amazonas, lo veré a la vuelta.

Paramos y hacemos una pequeña caminata por la selva, rodeados de un montón de vegetación y bichos, uno de los cuales, la hormiga tangarana,
Muerde que no veas y escuece un montón.
También pasamos por una zona de barro donde me hundí con las botas de agua, que me iban un poco grandes, y al intentar sacarme Jesús, se hundió él, con lo que parecía que jugáramos al twister, jajaja. Al final nos tuvieron que sacar entre Raúl y César, pero acabamos de barro hasta las cejas.
Al volver a las barcas nos faltaba David, uno de los chicos, y tuvieron que ir César y su hermano a buscarlo, pues se había perdido de verdad. Por suerte, al cabo de un buen rato volvieron con él, con el que nos estuvimos metiendo todo el rato, jaja, es un payasete.
Después del paseo vemos a un señor pescando en una canoa, que al pobre se le va llenando de agua y al que le compramos 6 pescados por 10 soles. Esa sería nuestra comida.



Llegamos a la isla del amor, denominada así por ellos porque aquí una pareja estuvo una semana de luna de miel, y montamos nuestro campamento para nuestra segunda y última noche en la selva.
Hacemos la cocina y el comedor, que es lo más importante.
Edith y David nos hacen para comer pescado con arroz y plátano. El pescado estaba buenísimo y además más fresco imposible.

Después de comer nos vamos a pescar pirañas. Las c******* nos rompen 2 cañas de las tres que llevábamos. Una nos arrancó el anzuelo y el anzuelo de la otra se quedó en la boca de la que yo pesqué porque con los dientes rompió el hilo.
Los dientes que tienen son una caña. Estas pirañas son medianas y de un color plateado y rosado.
Solo conseguimos pescar 2 aunque pican muchas chiquitillas pero que no las conseguimos coger.
La que pescó Raúl la cogió por un costado y César entre risas decía que nunca había visto esta técnica de pesca, jaja.

Después de las pirañas seguimos navegando por el rio viendo diferentes aves,

y llegamos a un poblado donde compramos 12 cocos recién cogidos del árbol para nosotros por 12 soles. Nos tomamos nuestro coco y volvemos al campamento. Hay que montar las tiendas y el comedor porque está anocheciendo y aquí si que hay miles de zancudos esperándonos para chuparnos la sangre.



Lo montamos todo y nos metemos al comedor, fuera de la mosquitera no se puede estar. Los zancudos te comen.
Después de cenar bocatas de huevo frito y de mermelada de fresa, además del correspondiente plátano, vamos a navegar un rato para ver si podemos aliviar un poco el calor sofocante que hace, y más aún yendo con pantalón y camiseta de manga larga para protegernos de los mosquitos.
Navegamos durante una hora, oyendo los diferentes ruidos de la selva y viendo volar a las luciérnagas de un lado para el otro, hay muchísimas y el espectáculo que dan es precioso con sus bombillitas.


Nos acostamos y asesinamos algún mosquito que se ha colado a pesar de la técnica del ventilador que hace Miker cuando abrimos la cremallera de la tienda.
A la 1 de la mañana me despierto y llamo a Raúl. He oído algo que ha rascado la tienda y me he asustado. Además me estoy haciendo mucho pis pero me da mucho palo salir y hacer pis rodeada de tanto bicho, que van a picar mi trasero en cuanto me baje el pantalón.
Procedemos a miccionar y iniciamos la batalla, otra vez, de matar zancudos. No sabemos por donde se meten pero el caso es que están dentro y nos acribillan. Hasta César viene, al orinos, a echarnos una mano con la matanza.
Al final dormimos hasta las 6, cocidos de calor y de nuevo rodeados de mosquitos.