En realidad nuestra primera visita en la ciudad de Arequipa fue el
MONASTERIO DE SANTA CATALINA
Situado en la calle del mismo nombre, muy cerca de la Plaza de Armas. Había leído que era una como una ciudad dentro de otra ciudad. Ahora íbamos a comprobar en qué consistía esa paradoja.
A mediado del siglo XVI el virrey Francisco de Toledo otorga la licencia para la fundación del monasterio solicitado por la ciudadanía. La viuda María de Guzmán decide recluirse en el monasterio y cede al mismo todos sus bienes. Para 1580 estaban preparadas las licencias necesarias y fue nombrada priora y fundadora del mismo.
Después de varios siglos, terremotos, avatares, el monasterio se ha abierto al público, en gran parte, en 1970. Hay una parte del mismo en el que viven aún algunas religiosas. Unas 21 ponía en algún cartel. Frente a las más de 300 que algún día albergó, entre monjas con hábito y personal de servicio.
El monasterio que vemos ha sufrido varias restauraciones, por los terremotos fundamentalmente, pero conserva su trazado y características originales, claustros, celdas, pequeñas calles, callejones estrechos, y sus colores son los originalmente planteados.
Colores como el ocre rojo para la mayoría de las calles, el azul añil en algún claustro, el blanco para las celdas y claustro, ocre naranja para otro claustro.
Una fusión de elementos españoles y nativos que generaron su propio estilo.
Todo esto y muchas cosas más iba contando la guía que te ofrecen nada más comprar el boleto de entrada.
La portada de entrada es sencilla, con un relieve de Santa Catalina de Siena. Unos muros solidos de sillar bordean toda la manzana en el color claro de la piedra de sillar. Que para nada avisan del colorido que guarda en el interior.

De primeras está el “locutorio” y “la sala de labores” que pasan casi desapercibidos porque al fondo se encuentra un primer arco de entrada de color ocre rojo con la palabra “Silencio” y se accede al Claustro del Silencio que precisamente eso es lo que no tiene en esos momentos. Es difícil hacer una foto en la que no salga nadie de por medio. En este claustro se reunían para leer la biblia en silencio.

Al fondo, por otro arco se accede al Claustro de las Novicias, fabricado en piedra natural, con pinturas murales en los soportes de los arcos del claustro. Estas pinturas iban destinadas a formar a las novicias y en ellas se representan figuras referentes a la Letanía Lauretana. A este claustro dan una pequeña capilla y algunas de las celdas de las novicias.


En estas celdas se iban acostumbrando a la vida monacal.
Para acceder al noviciado la familia tenía que entregar una dote y amueblar por completo la celda de la futura monja.
Las que profesaban sin dote eran llamadas monjas pobres.
También ingresaban algunas “damas de la ciudad” que decidían recluirse aunque sin abrazar los hábitos y la vida religiosa.
Desde el noviciado hay que volver al claustro del Silencio y mediante un pasaje de color azulado adentrarse al Claustro de los Naranjos.



Los naranjos sembrados dan el nombre a este claustro, pintado de color azul añil.
Se pueden observar tres cruces. En ellas las religiosas representan la Pasión de Cristo todos los Viernes Santo. Aún se sigue haciendo y ese día cierran el monasterio al turismo.
Desde este claustro comienzan a salir algunas calles. Por eso mencionan lo de una ciudad dentro de otra ciudad. El monasterio tiene calles, plazas, iglesia, casas (celdas)….. Con nombres de ciudades españolas.


El nombre de las calles es relativamente reciente, sobre 1940. En una visita del doctor Gibson le fueron añadiendo estos nombres porque el notaba algunas características que le recordaban a algunas ciudades españolas que había visitado con anterioridad.
De la esquina izquierda del claustro de los Naranjos sale la calle Málaga, de color ocre rojizo.

En esta calle se encuentran varias estancias. La Sala de Profundis (se velaban a las religiosas fallecidas); la Sala Zurbarán, mostrando algunos muebles (un bargueño español) y vajilla del monasterio (de la dote de algunas religiosas).
En esta sala Zurbarán hay un cuadro del Arcángel San Miguel que nos sigue con su mirada y que reúne características de la pintura de Zurbarán.


En esta calle ya hay algunas celdas de las religiosas y una tienda de regalos. Esta situación es importante por el dato que contaré al final.
Atravesando otra vez el claustro de los Naranjos se pasa a la Calle Córdova. Calle preciosa pintada en blanco. Con macetas con flores

A la izquierda de esta calle se encuentran las habitaciones de las actuales religiosas.
El recorrido continúa por la Calle Toledo, de color rojizo. Es larga y estrecha.
En esta calle se visitan algunas celdas que se encuentran amuebladas para representarlas mejor. Algunas hasta con cocina y horno. Y puede que hasta el nombre de su religiosa ocupante.
Incluso alguna celda con habitación de servicio destinada a la servidumbre. Las religiosas ricas podían permitirse tener hasta, como máximo, tres criadas.
Las camas solían estar debajo de un gran arco, como un lugar seguro para los terremotos.



Las celdas de esta zona solían tener techos a dos aguas con tejas, las paredes eran anchas y bajas.
Te vas encontrando con muchos detalles aptos para captarlos en foto. Puertas, ventanas, dinteles…




Una cafetería también está en esta calle. Con buena pinta para tomarse un café.
Al final de esta calle se llega al cementerio, (que está cerrado) y la zona de Lavandería.
Es un rincón muy bonito en el que se respira cierta tranquilidad, aunque haya gente. Es una lavandería muy curiosa, yo no he visto nada parecido.

Alrededor de un pequeño canal central por donde corre el agua (proveniente de unas acequias) y a ambos lados se disponen veinte medias tinajas usadas. Sí, las tinajas grandotas de barro que se utilizaban para guardar granos, vino… En estas medias bateas entra el agua y se queda almacenada hasta que se retire un tapón que tiene en su base. El agua sucia iba a parar a un canal subterráneo.
Al lado de la lavandería se encuentra la Huerta.

Colindante con esta huerta nos encontramos con la Calle Burgos que continúa hasta una plazoleta en las que convergen la Calle Sevilla y la Calle Granada.

Los colores predominantes en estas calles es el ocre rojizo. Ya se ve la cúpula del templo del monasterio.


La cocina se encuentra bien equipada, con una cocina de carbón de piedra y leña. Paredes tiznadas. Utensilios originales de la época.

El recorrido converge en la Plaza de Zocodover que suele concentrar bastante gente porque es un lugar bastante fotogénico ya que en el centro de la misma hay una fuente o pileta que ha sobrevivido al paso del tiempo y cuya historia se encuentra por allí en una placa.
El nombre de esta plaza también deriva de un lugar español, de la famosa plaza homónima de Toledo.

Por allí se subía a un mirador que estaba cerrado sin anunciar su causa. Debe de tener buenas vistas del entorno.
La Celda de Sor Ana de los Angeles Monteagudo se encuentra por allí. Ha sido beatificada y en su día fue priora del convento. Y creo que hasta se contaba su historia en algún panel.

Junto a la celda El Refectorio y la Cocina del Refectorio. En las paredes del refectorio hay cuadros. Uno es una última Cena con los platos típicos de esa zona.
Claustro Mayor. Como su nombre indica, es el mayor de todos. Tiene también pinturas destinadas a la enseñanza y catequización de las religiosas. Representan escenas de la vida de la Virgen y de la vida pública de Jesús.

La pintura mural de este claustro, al igual que la pintura de los otros claustros, fueron hechas con la técnica del temple al seco. No son frescos como la mayoría puede pensar.
En su ala izquierda hay unos confesionarios, no de madera, con puerta y escalera.
Desde este claustro se accede al Coro Alto desde dónde las religiosas asisten a la eucaristía. Creo que no se visita.
Se llega a una gran sala destinada a la Pinacoteca.
Cuando comenzaron a restaurar el monasterio se fueron encontrando gran cantidad de cuadros que fueron restaurados y preparados para su exposición. Son la mayoría de componente religioso. Muestras de la pintura de la escuela Cusqueña, del continente, de la época del virreinato y de los primeros tiempos de la república.
Fin de la visita.
Tardamos bastante en el recorrido. Casi tres horas o así. Y no nos aburrimos ni un segundo.
Como comenzamos la visita ya bien entrada la mañana, nos encontramos muchísima gente en todos los sectores. Era difícil hacer una foto completa. Aparte de que ahora hay más gente interesada en los “posados” que en el contenido del recorrido. Pero es que lo bonito del conjunto arquitectónico y sus colores son escenario propicio para ello.
Pero aprendí un truco para volver a entrar en el monasterio, con la misma entrada, sobre las tres de la tarde. Hora en la que había muchísima menos gente.
Pude entrar mostrando mi entrada matutina argumentando que tenía que comprar un regalo en la tienda del monasterio que se me había olvidado. Y volví a rehacer todo el recorrido tranquilamente. Yo sola. Mi señor esposo se fue al hotel a echarse una siesta.