Cruzamos el ecuador de nuestro viaje con esa sensación que se suele tener siempre, de que a partir de este punto todo iba a discurrir a mayor velocidad. Pero todavía nos quedaban varios “platos fuertes” por disfrutar y de momento nuestro ánimo y ganas de seguir descubriendo el país estaban intactos.
Dejamos atrás la antigua Tebas, esa ciudad de la que siempre conservaremos un agradable recuerdo y en la que durante unos días nos sentimos parte de ella. El taxi de Ahmed, con su techo tapizado con motivos egipcios y sus oscuras cortinillas para protegernos del sol, también formaba parte ya de nuestra rutina diaria. Fue el último día que viajamos con él, ya que en Aswan nos gestionó los traslados con un amigo suyo.
Al igual que en días anteriores, pasamos por lugares en los que el tiempo parecía haberse detenido, entre plantaciones de papiro, puestos de venta de plátanos y mucho, mucho polvo.
Pudimos notar que estábamos cerca del Templo de Edfu, por la gran cantidad de calesas cargadas de turistas que empezamos a cruzarnos. Este medio de transporte es el más utilizado por los cruceristas para llegar desde el barco al templo, y sabemos que está, por decirlo de alguna manera, impuesto por la organización. Es un traslado rápido y muy barato, pero supone una auténtica tortura para los pobres caballos, la mayoría en un estado deplorable, que a golpe de látigo recorren esa distancia una y otra vez. Lo más triste es que esta actividad suele aparecer en los programas del crucero como “paseo en calesa”, aparentemente algo tranquilo y relajado, que finalmente poco o nada tiene que ver con la realidad.
Cumpliendo con nuestros cálculos, para cuando llegamos allí ya casi no quedaban grupos de turistas, y aunque hacía calor, era bastante soportable. El templo está dedicado a Horus y enclavado en el lugar en el que supuestamente este dios se enfrentó a su tío Seth, con un grado de conservación bastante bueno y unos relieves que nos sorprendieron por su extraordinaria definición. Fue muy curioso encontrar colonias de murciélagos poblando los techos de algunas de sus capillas y una vez más nos alegramos de llevar un plano impreso para no perdernos ninguna de ellas.
Dejamos atrás la antigua Tebas, esa ciudad de la que siempre conservaremos un agradable recuerdo y en la que durante unos días nos sentimos parte de ella. El taxi de Ahmed, con su techo tapizado con motivos egipcios y sus oscuras cortinillas para protegernos del sol, también formaba parte ya de nuestra rutina diaria. Fue el último día que viajamos con él, ya que en Aswan nos gestionó los traslados con un amigo suyo.
Al igual que en días anteriores, pasamos por lugares en los que el tiempo parecía haberse detenido, entre plantaciones de papiro, puestos de venta de plátanos y mucho, mucho polvo.
Pudimos notar que estábamos cerca del Templo de Edfu, por la gran cantidad de calesas cargadas de turistas que empezamos a cruzarnos. Este medio de transporte es el más utilizado por los cruceristas para llegar desde el barco al templo, y sabemos que está, por decirlo de alguna manera, impuesto por la organización. Es un traslado rápido y muy barato, pero supone una auténtica tortura para los pobres caballos, la mayoría en un estado deplorable, que a golpe de látigo recorren esa distancia una y otra vez. Lo más triste es que esta actividad suele aparecer en los programas del crucero como “paseo en calesa”, aparentemente algo tranquilo y relajado, que finalmente poco o nada tiene que ver con la realidad.
Cumpliendo con nuestros cálculos, para cuando llegamos allí ya casi no quedaban grupos de turistas, y aunque hacía calor, era bastante soportable. El templo está dedicado a Horus y enclavado en el lugar en el que supuestamente este dios se enfrentó a su tío Seth, con un grado de conservación bastante bueno y unos relieves que nos sorprendieron por su extraordinaria definición. Fue muy curioso encontrar colonias de murciélagos poblando los techos de algunas de sus capillas y una vez más nos alegramos de llevar un plano impreso para no perdernos ninguna de ellas.

Nuestra siguiente parada, el Templo de Kom Ombo, tampoco nos dejó indiferentes. No en vano su ubicación, sobre un promontorio junto al Nilo, al igual que su simetría, le confieren unas características que lo hacen distinguirse del resto de templos egipcios. Se trata en realidad de dos templos en uno, dedicados al Dios Haroeris (Horus el Viejo) y a Sobek (el dios cocodrilo), mitad izquierda y derecha respectivamente. Sus paredes encierran un mensaje de reparto de poderes entre ambos dioses y al igual que en Edfu, notamos ya un estilo arquitectónico influenciado por el arte romano en ciertas partes del templo, así como referencias a los emperadores Augusto, Tiberio y Trajano.

Antes de abandonar el complejo, pasamos por un pequeño museo con cocodrilos momificados y esculturas, incluido con el ticket de entrada. Es un recinto pequeño, que no lleva mucho tiempo visitar, y que añade una visión muy curiosa del culto que los egipcios rendían a este animal sagrado.

Finalmente, en torno a las cuatro de la tarde llegamos a Aswan, donde Ahmed nos presentó al que iba a ser nuestro chófer durante los dos días siguientes. Como este chico hablaba un inglés muy básico, Ahmed se encargó de darle instrucciones muy precisas acerca de los horarios y de los lugares a los que no tenía que llevar, así que no tuvimos absolutamente ningún problema con él.
Y tras las despedidas, cruzamos el Nilo en el ferry público para llegar a nuestro alojamiento, situado en uno de los poblados nubios de la Isla Elefantina. Hay varias zonas desde las que cruzar el Nilo en servicio público (y privado), que llegan a diferentes zonas de la isla o a la otra orilla del río, por lo que hay que informarse bien de dónde es más conveniente tomar este transporte. En nuestro caso, el embarcadero estaba situado junto al KFC, y el servicio funcionaba las 24 horas del día, únicamente que desde las 12 de la noche hasta las 6 de la mañana la frecuencia es menor y el precio del billete mayor. Tenía un coste de 10 libras egipcias por persona y trayecto (por la noche 50 EGP) y en pocos minutos se llegaba al destino.
Y tras las despedidas, cruzamos el Nilo en el ferry público para llegar a nuestro alojamiento, situado en uno de los poblados nubios de la Isla Elefantina. Hay varias zonas desde las que cruzar el Nilo en servicio público (y privado), que llegan a diferentes zonas de la isla o a la otra orilla del río, por lo que hay que informarse bien de dónde es más conveniente tomar este transporte. En nuestro caso, el embarcadero estaba situado junto al KFC, y el servicio funcionaba las 24 horas del día, únicamente que desde las 12 de la noche hasta las 6 de la mañana la frecuencia es menor y el precio del billete mayor. Tenía un coste de 10 libras egipcias por persona y trayecto (por la noche 50 EGP) y en pocos minutos se llegaba al destino.

En cuanto al alojamiento, nos hospedamos en el Jamaica Guest House, una típica casa nubia de varios pisos, en la que tenían habilitadas varias habitaciones para acoger a los visitantes. La nuestra en concreto parecía recién reformada y tenía incluso aire acondicionado, ventilador de techo y un pequeño balconcito con tenderete, el cual nos vino genial para lavar algo de ropa. Hay que tener en cuenta varios aspectos respecto a este tipo de alojamientos y a la isla Elefantina en sí: en primer lugar, el nuestro no se trataba de un hotel, por lo que no nos limpiaron la habitación, ni nos cambiaron las toallas, pero esto no supuso absolutamente ningún problema. Tampoco la isla en sí es cómoda para desplazarse desde el embarcadero hasta los distintos alojamientos, ya que el terreno es arenoso y un poco laberíntico, pero a su favor decir es un lugar muy tranquilo, con unas puestas de sol maravillosas y con unos habitantes muy acogedores. Además, hay varios restaurantes de gastronomía nubia cerca del embarcadero, con una relación calidad-precio excelente.
Con todo, no es imprescindible dormir en la isla para poder disfrutar de ella; o de querer hacerlo pero con mayores comodidades, también está la opción de alojarse en el lujoso Hotel Movenpick, un resort de 5 estrellas que tiene su propio servicio de transporte y está ubicado en el centro de unos paradisíacos jardines, pero no al alcance de la mayoría de los bolsillos.
En nuestro caso, nos encantó poder interactuar con la población nubia y dimos un bonito paseo para acabar la tarde, nuevamente con una sensación de total seguridad y relax.
Con todo, no es imprescindible dormir en la isla para poder disfrutar de ella; o de querer hacerlo pero con mayores comodidades, también está la opción de alojarse en el lujoso Hotel Movenpick, un resort de 5 estrellas que tiene su propio servicio de transporte y está ubicado en el centro de unos paradisíacos jardines, pero no al alcance de la mayoría de los bolsillos.
En nuestro caso, nos encantó poder interactuar con la población nubia y dimos un bonito paseo para acabar la tarde, nuevamente con una sensación de total seguridad y relax.

Esa noche cenamos en el restaurante King Jamaica, ambientado con una temática rastafari, que tiene varias terrazas enclavadas en la roca y cuyos empleados (y el propio jefe) nos hicieron sentir “como de la familia”. Como en otros restaurantes de nuestro viaje, aquí también la especialidad son los platos a la brasa, pero sus zumos, entrantes, arroces, e incluso el té nubio (al que nos invitaron), merecen un aplauso. Si a eso le sumas las vistas de Aswan iluminado, los adorables gatitos y la estupenda música, el conjunto no puede ser una experiencia más satisfactoria y recomendable.
