Hoy madrugón, pero al menos hemos dormido 6 horitas. A las 4 estábamos en el aeropuerto y a las 5 ha salido el vuelo dirección Leticia, en el Amazonas colombiano.
El vuelo dura algo menos de dos horas, pero hemos estado 20 minutos dando vueltas porque había niebla. Cuando la niebla ha despejado, se ha dejado ver el Amazonas inmenso, lleno de islas, y la población de Leticia, casi unida con la población de Tabatinga, que forma parte de Brasil. La orilla sur del río es Perú, la triple frontera. A Colombia le corresponde una salida al Amazonas pequeñísima, cuya principal ciudad es Leticia. Lo curioso de la frontera es que en la parte colombiana el Amazonas deposita sedimento, mientras que en la peruana es por donde el río lleva más caudal. Esto hace que, poco a poco, Leticia se esté quedando sin salida al Amazonas porque se está formando una enorme isla de sedimentos frente al pueblo. Por el contrario, Perú va perdiendo tierra, pero ganando más río. Al final, tendrán un problema con la frontera que tendrán que resolver cuando Leticia se quede sin salida al Amazonas por el surgimiento de tierra nueva.
Leticia es una ciudad caótica y sucia. Al llegar al centro, ha sido como volver a Centroamérica: tuk-tuks, perros, ruido y población mayoritariamente indígena. Desde Leticia, nuestro objetivo es ir a Puerto Nariño, un pueblo en medio del Amazonas desde el que visitar la selva. Pequeño, sin coches y sin el caos de Leticia.
Nos hemos tomado un café en el embarcadero haciendo tiempo hasta que saliera la barca. A las 9 nos hemos montado en la barca pública. Para salir al Amazonas se pasa por un río pequeño hasta girar a la inmensidad del Amazonas. Nada más salir, se han dejado ver dos delfines grises en la orilla. El resto del camino ha sido dos horas largas de navegación. Con el runrún del motor, ha sido imposible no terminar echando un pestañeo.
Hemos llegado a Puerto Nariño a las 11. En el puerto nos esperaba Charly, el dueño de las "Cabañas Dechi". Nos esperaba con su propia canoa para llevarnos al alojamiento, a un kilómetro del pueblo. Charly es un hombre que ha montado unas cabañas turísticas en su terreno que están geniales. Hizo un lago en una quebrada, con el objetivo primero de crear una laguna donde pescar el famoso pez pulmonado Piracurú y vivir de ello. Finalmente, decidió construir dos cabañas en la laguna y las está dedicando al turismo desde hace algo más de un año y medio. Dice que por fin ha encontrado el negocio con el que está a gusto. La laguna además tiene un habitante curioso: Fermín, un caimán que encontraron hace casi dos años. Lo encontraron muy pequeño y herido; la mujer de Charly lo estuvo curando en una bañera en su casa. Cuando se recuperó, lo soltaron en la laguna, desapareció un año y volvió a aparecer para quedarse. Hoy en día vive en la laguna y, si lo llamas a gritos, aparece. Mide un metro como mucho y aún es pequeño, pero ya se come algún pollo despistado que picotea la orilla y ha intentado comerse incluso uno de los perros.
Hemos estado un buen rato hablando con Charly. Nuevamente es la típica historia de reconversión al turismo después de haber pasado mil penurias. Es un esquema de vida muy común que me he ido encontrando en el viaje y siempre protagonizado por bellísimas personas. Da gusto hablar con él. Tiene además dos loros, Juana y Amazonas; una habla y la otra tiene una mala sombra impresionante. Tanto que me ha enganchado un picotazo en el brazo que me ha nublado la vista. Qué mala idea tiene.
Después de conocer a Charly, hemos ido a comer al pueblo. Hace un calor y una humedad brutales. No llevamos ni una hora y ya me han picado 5 mosquitos. La selva es dura.
El pueblo de Puerto Nariño es muy curioso, está cuidado al detalle, recordándome a Tortuguero en Costa Rica pero sin turistas. Un paseo recorre el pueblo con esculturas de animales, que representan seres de la mitología amazónica, puestos de comida y perros por todas partes. Aquí no están gorditos como en el Eje Cafetero.
Después de comer, hemos vuelto asfixiados de calor al alojamiento, justo cuando ha comenzado a diluviar. Ha estado lloviendo por media hora. A las 16 nos hemos ido con Charly a hacer una caminata. Hemos andado hasta una reserva natural llamada Wochevine. La primera parte de la caminata la hemos hecho por huerta amazónica, donde Charly nos ha dado de comer medio Amazonas: papaya, cacao, yuca y varias especies de frutas que ni recuerdo el nombre pero que estaban muy dulces. De la huerta nos hemos metido por pura selva: miles de mosquitos, ranas, pájaros, hasta llegar a un refugio.
El refugio se encuentra a la orilla de un lago. Tienen un mono aullador rojo con ellos. Resulta que unos cazadores mataron a la madre y cogieron a la cría, dándosela al del refugio. Lo están criando y dice el hombre que cuando se haga mayor, se irá. Llevan 6 meses con él. El mono es como una personita cogiendo todo, pero tiene una mala hostia increíble. Tirandole una foto de cerca le he dado con la correa de la cámara en la colita y se ha tirado hacia mí endemoniado. Yo me he echado hacia atrás, pero el mono me perseguía gritando hasta que el dueño del refugio le ha gritado y se ha dado la vuelta. Me veía que se me enganchaba el mono y a ver cómo me lo quitaba. Cuando sea adulto, esto tiene un peligro de narices.
El refugio se encuentra a la orilla de un lago lleno de flor de loto que llaman victoria regia. Se ve un caimán negro y uno blanco, de la misma especie que Fermín. Aquí hemos podido ver cómo alimentaban al piracurú. Es un pez enorme y, como necesita respirar cada 15 minutos, sale a tomar una bocanada y desaparece. Hemos estado en el lago hasta hacerse de noche.
La vuelta ha sido una caminata nocturna de una hora y media por la selva. Caminata super productiva: dos tipos de tarántula, ranas, arañas escorpión, gusanos, grillos gigantes, una serpiente... Muy, muy buena la caminata. Eso sí, nos han picado doscientos cincuenta mosquitos. Una locura, y echándonos repelente a saco. En la selva hay un punto en el que te pica absolutamente todo mientras te sudan hasta las uñas.
Finalmente hemos llegado al pueblo tras 4 horas de caminata. Me ha encantado, pero estamos para rotísimos. Hemos cenado pollo con arroz en un puesto del paseo del pueblo y, linterna en mano, hemos vuelto al alojamiento a dormir, previa ducha, insecticida y mosquitera a tope.