El trayecto de ida a la Laguna San Rafael toma cinco horas y media de navegación en el océano Pacífico, de tal forma que, de nuevo, nos tocó madrugar para estar en el puerto a las siete de la mañana, hora de embarque.
Esta excursión es operada por una sola naviera y, en temporada alta, se precisa reservar con antelación. Nosotros ya lo llevábamos hecho desde España.
El día amaneció con lluvia y nubes bajas, por lo que no se podía contemplar casi nada de las vistas de los fiordos por los que transcurre la primera parte de la navegación.
En el barco se puede ir tanto en cubierta como en cabina, donde asignan un asiento que hay que respetar. Como el tiempo no despejaba, decidimos permanecer en el interior y entablamos conversación con los simpáticos chilenos con los que compartíamos mesa. Después que no sirvieran, primero en desayuno y después el almuerzo, entramos en la Laguna de San Rafael, con la suerte de que el tiempo empezó a mejorar algo y pudimos salir a tomar las primeras fotografías de los témpanos desprendidos del glaciar flotando en el agua de la gran laguna.

La laguna se formó por el retroceso del Glaciar San Rafael y está conectada por un estrecho paso con el Canal Moraleda que es por el que vinimos navegando desde Puerto Chacabuco.
Una vez dentro de la laguna, el barco toma rumbo hacia el frente del Glaciar San Rafael, que es uno de los más grandes del Campo de Hielo Patagónico Norte. La longitud del frente glaciar es de unos 1.400 metros y su altura de 60 metros. La lengua tiene más de 4 kilómetros de longitud.

Una vez llegados al glaciar, el barco se mantiene a una distancia prudencial de su frente, para evitar accidentes por las frecuentes caídas de bloques de hielo. Girando sobre sí mismo, hace maniobras para permitir que todos los pasajeros distribuidos por la cubierta o los que permanecen en la cabina tengan una buena perspectiva de él.
La navegación incluye un acercamiento en un bote zodiac, que está supeditado a las condiciones climatológicas. Afortunadamente, ese día no soplaba apenas viento y pudimos desembarcar, lo que se hacía por pequeños grupos.

De una manera ordenada, los grupos van embarcando en los dos botes que hacen un recorrido de unos diez minutos y regresan al barco.
Desde la cubierta del barco contemplábamos cómo la zodiac se acercaba al frente del glaciar, y entonces se tiene una buena referencia de su altura y de la enorme masa de hielo que avanza hacia la laguna.

Finalmente, llegó nuestro turno para el paseo en bote, navegando entre los bloques de hielo, cerca del frente del glaciar pero alejados de la posibilidad de ser alcanzados por los bloques desprendidos o por las olas que producen.
Ya de retorno al barco, empezamos a alejarnos del glaciar y tomamos la ruta de vuelta a Puerto Chacabuco. Aún tuvimos la oportunidad de ver algunas focas leopardo tumbadas tranquilamente sobre bloques de hielo a la deriva.
Las focas leopardo son solitarias y muy agresivas. Viven en la Antártida y migran en verano para criar. En la colonia que se instala en la Laguna San Rafael, se habían contabilizado este año cuatro crías supervivientes, una de las cuales está en la foto junto a su madre.

El largo viaje de vuelta dio para tomar bebidas enfriadas con el hielo milenario del glaciar (muy típico) y ganar un concurso de preguntas sobre la excursión, gracias a la buena memoria y conocimientos de nuestros compañeros de mesa chilenos.
Después de pernoctar de nuevo en Puerto Aysén, disponíamos de algún tiempo antes de coger la ruta al aeropuerto de Balmaceda. Nos desviamos algo de la carretera a Coyhaique para ver la Cascada del León. El trayecto era corto, pero tocaba otra vez circular por ripio. La cascada se encuentra muy cerca de la carretera, al final de un corto sendero.

Con esto terminamos nuestro itinerario por la Región de Aysén. De vuelta a Balmaceda, un breve vuelo a Puerto Montt nos llevó a la Región de los Lagos, donde íbamos a recorrer algunos de sus parques nacionales.