A la mañana siguiente, volvimos al aeropuerto de Punta Arenas para recoger el coche de alquiler con el que íbamos en los siguientes días a recorrer el Torres del Paine y después pasar a Argentina para llegar hasta El Chaltén.
Ya llevábamos bastantes kilómetros al volante desde nuestra llegada a Chile y, salvo por lo inusual para nosotros de las carreteras de tierra, la conducción nos parecía segura y el estado del firme razonablemente bueno. Por eso nos llamó la atención, y también nos estremeció, ver tal cantidad de cruces en los arcenes con las fotografías de los fallecidos en accidentes, la mayor parte de gente joven. En otros casos eran pequeñas casas de madera con ofrendas y velas, pensamos que a modo de mausoleos donde se acogería el alma del difunto. No es ese exactamente su significado.
Continuando el relato, dejamos Punta Arenas en dirección Norte, tomando la carretera 9, conocida como la Ruta del Fin del Mundo, que nos lleva en un cómodo viaje de tres horas a la localidad de Puerto Natales, que es punto estratégico para visitar el Campo de Hielo Patagónico Sur, tanto en su parte chilena como la argentina. Esta masa de hielo es la tercera del planeta en extensión, tras Groenlandia y la Antártida.
En Puerto Natales nos pertrechamos de alimentos para los cinco días que íbamos a pasar en el parque, donde habíamos reservado una cabaña con cocina completa, ya que el abastecimiento dentro del Paine es escaso y los restaurantes quedan alejados y son excesivamente caros. Antes de marchar, llenamos el depósito de gasolina a tope, pues tampoco hay gasolineras ni en el parque ni en su entorno.
Continuamos por la Ruta 9 hasta el desvío por la Y-290 que conduce, por la orilla del lago Toro, hasta el acceso sur al parque por la Portería Serrano, junto a la cual teníamos nuestro alojamiento.
Al igual que muchos de los Parques Nacionales de Chile en que estuvimos, el Torres del Paine es de pago y los pases hay que comprarlos online y, al menos, un día antes de la llegada. En temporada alta es muy recomendable hacer la reserva con bastante antelación.
Como el tiempo estaba algo lluvioso, dedicamos el resto de la tarde a informarnos del estado de los caminos (todos de ripio), los mejores senderos y cuándo hacerlos y en qué zona había más posibilidad de ver fauna, especialmente pumas.
Al día siguiente, teníamos contratada la navegación al glaciar Grey. El día había amanecido con el cielo muy limpio, pero con algo de viento.
Hicimos unos 45 minutos por carretera de ripio hasta el Hotel Grey, a orillas del Lago Grey, que era el punto de encuentro para embarcar.
Desde el hotel hay que hacer una caminata de una media hora, primero a través de un bosque y después a través de la barra arenosa que separa el lago del río Grey, por el que desagua, y que lleva hasta el embarcadero del ferry que hace la navegación.
La navegación toma unas tres horas en total, acercándonos a las tres lenguas en que se divide el glaciar en su llegada al lago. En función de las condiciones del viento, se puede salir o no a la cubierta durante la travesía. Cuando las condiciones son muy desfavorables, directamente se suspende la navegación.
Nosotros hicimos la primera parte en la cabina, a través de cuyos ventanales podíamos ver acercarse los primeros grandes bloques de hielo desprendidos del glaciar y también como el oleaje arreciaba.
Acercándonos a la primera lengua, autorizaron para salir a cubierta, que se masificó de golpe. El viento soplaba con fuerza y hacía bastante frío.
El ferry no hizo un gran acercamiento al frente del glaciar y, al poco, tomó marcha atrás, lo que nos dejó un poco desconcertados, pensando si con esto terminaba la visita.
Pero al poco volvió a virar y tomamos dirección a la lengua central del glaciar, que se encuentra separada de la anterior por un promontorio rocoso que se llama La Isla.
Aquí sí nos acercamos al frente del glaciar hasta el punto que algunas personas tocaron el hielo con las manos. Estuvimos un buen rato maniobrando hacia derecha e izquierda para que todo el mundo pudiera tener buenas vistas desde la barandilla de cubierta o en los ventanales de la cabina.
Después el barco se acercó a la tercera lengua y estuvo haciendo las mismas maniobras antes de emprender el retorno.
En el camino de vuelta, el viento arreció de lo lindo y, pasando por la barra arenosa hacia el hotel, había que hacer esfuerzo para que las rachas no te arrastraran. Por allí vimos volar gorros y orejeras como si fueran cometas.
Finalizada esta excursión, nos quedaba aún toda tarde de ese día por delante, que la íbamos a emplear en hacer un sendero corto, que relato en la próxima etapa del diario.