Día 1 Chiloé. Costa norte: pingüinos y bahías de ensueño
Al transbordador de Chiloé llegamos cuando estaba a punto de partir, como si estuviera esperando por nosotros. 12500 CLP por cruzar el canal de Chacao, en una navegación de media hora muy tranquila. Lo mejor son las vistas de la Cordillera. Sus cumbres nevadas parecen flotar sobre el mar.
La verde y plana costa norte de Chiloé nos recibe con el cielo despejado. Quiénes la apodaron Nueva Galicia no iban descaminados. Su paisaje costero nos recuerda mucho al gallego. También la vegetación. Me da la impresión de estar en un lugar familiar y lejano a la vez.
Obviamente, no hemos venido a Chiloé para ver estos paisajes. Hemos venido para conocer la peculiar cultura chilota, la fauna de sus costas, su gastronomía, su arquitectura de madera que se manifiesta en palafitos o iglesias de madera que son Patrimonio de la Humanidad. Espero dejarme atrapar por la magia de Chiloé, de la que tanto hablan. Siempre he pensado que no me iba a entusiasmar este lugar. Sin embargo, ha llegado el momento de darme una oportunidad.
El Mirador del Cerro Huaiuén en la pequeña ciudad de Ancud supone una primera toma de contacto con la suave orografía de la isla. Es estupendo divisar el cordón de los Andes desde aquí, desde el volcán Osorno hasta el Corcovado, pasando por el Calbuco, Yates, Chaitén.
Puesto que tenemos cita con los pingüinos, emprendemos rumbo a la playa de Puñihuil. Nos acordamos de Nueva Zelanda cuando vimos que había que conducir por la playa. Los Islotes de Puñihuil son Monumento Nacional. Es el único lugar del mundo donde se crían conjuntamente pingüinos de Magallanes y de Humboldt. Y no son los únicos animalillos que han elegido como hogar estos islotes volcánicos. También habitan lobos marinos y multitud de aves, como cormoranes, gaviotas australes, patos, pelícanos, etc. Parece mentira que unos islotes tan pequeños contengan tanta y tan diversa vida.
Tras la corta excursión de unos 30 minutos nos quedamos boquiabiertos al llegar a la Bahía de Pumillahue. Ocupa el cráter de un antiguo volcán colapsado. Su agua es tan azul y su costa tan verde que me podría quedar horas contemplándola.
Es el turno de regresar por donde hemos venido para recorrer la carretera costera con más tranquilidad, realizando diversas paradas. Una de ellas es en la guardería Conaf que cuenta con miradores a la playa Puñihuil. Existe también un mirador cercano en una propiedad privada donde cobran entrada. Otros miradores públicos se sitúan sobre la extensa y salvaje playa de Teguaco.
No sabíamos dónde buscar alojamiento y finalmente nos dirigimos a Castro, la apacible capital de la isla, donde finalmente nos quedamos 3 noches. Encontramos habitación en Palafits, un palafito recién restaurado en el barrio de Gamboa, que justo acababa de abrir un par de días antes. El hospedaje está a cargo de tres encantadores jóvenes muy ilusionados con su nuevo proyecto, que les ayuda a sobrevivir para dedicarse a su carrera de documentalistas. Nos atendieron de maravilla. Todo está impecable. Hay que tener en cuenta que no se exime del pago de IVA a los extranjeros cuando te alojas en un palafito, al contrario del resto de alojamientos en Chile. Se debe a su singularidad histórica, ya que no tienen título de propiedad.
Mis restaurantes favoritos en Castro:
- Restaurante La Cevichería, en el barrio de Gamboa. Cenamos de maravilla. Chupe de pescado y marisco. Y por supuesto, el plato típico chilota, curanto, aunque en este restaurante preparan una variante frente a la receta tradicional. Qué rico estaba todo.
- Restaurante El Mercadito, ubicado en el puerto. Mi favorito en Castro. Muy muy bien. Merluza con puré de choclo y ensalada chilena. Cordero con puré de manzana y chucrut. Suspiro limeño con frutos rojos. Pastel de lima y limón.







Día 2 Chiloé. Isla Lemuy e Isla Quinchao, iglesias de madera y verdes paisajes
Comenzamos el circuito por la Isla Lemuy tomando el transbordador que zarpa cada media hora de Puerto Huinchas, pocos kilómetros al sur de Chonchi. La Naviera Puelche demora 15 minutos en realizar la travesía.
Los fiordos de Chiloé son como las rías gallegas. Suaves paisajes verdes de onduladas colinas se acarician con un mar apacible.
El primer pueblo que alcanzamos es Ichuac. Su iglesia de madera de finales del siglo XIX es Patrimonio de la Humanidad desde el año 2000. Está construida en alerce, ciprés y coigüe.
Chiloé es la isla grande del archipiélago de las Guaitecas, compuesto por multitud de islas. La abundancia de árboles ha originado una afamada arquitectura en madera. Sus habitantes eran y son reputados carpinteros. 16 de sus iglesias de madera son Patrimonio de la Humanidad.
Hay que conocer la historia de estas iglesias para apreciar su singularidad. Los chilotas están tan orgullosos de ellas que les chifla explicarte sus peculiaridades.
La iglesia de Aldachico es también Patrimonio de la Humanidad, además de Monumento Nacional. Para visitar su interior hay que pedir la llave a una mujer del pueblo. Aldachico es un pueblo pesquero recostado en el estuario.
Curioseando por pistas de tierra llegamos a Puchilco, pequeñísima aldea con colorida iglesia de madera. Nada más verme, Catalina corrió a abrazarme. Tiene 5 años y es la única niña de la escuela. Tenía ganas de ver caras nuevas. Jugamos, paseamos y charlamos un rato. Nos quedamos tristes cuando nos despedimos. Catalina vino a poner un poco de vida en nuestra visita a la isla Lemuy. Apenas hay tráfico, apenas hay gente, parece una isla fantasma.
Retomando la carretera asfaltada nos dirigimos a Detif, en el extremo de la isla. La vertiginosa carretera discurre por una estrechísima lengua de tierra con el mar a ambos lados. La iglesia de Santiago Apóstol de Detif es también Monumento Nacional y Patrimonio de la Humanidad. Estaba cerrada y no tuvimos ocasión de ver los barcos que cuelgan en su interior, resultado de ofrendas realizadas por marineros que sobrevivieron a situaciones complicadas. En este pueblo costero sobrecoge el silencio que percibes al pasear por su playa, es como una isla dentro de una isla. Todo está desierto.





De Dalcahue parten las barcazas a la Isla Quinchao, que realizan la travesía en pocos minutos. Al igual que en Lemuy, las carreteras de Quinchao son onduladas, adaptándose al relieve del terreno. Comprobamos las fuertes pendientes en la carretera a Changuitad. En una de esas lomas han acondicionado un mirador de estructura de madera.
Después, la carretera hasta Curaco de Vélez bordea la costa por zonas de marisqueo y de aves chillonas. Las mareas de aquí son tremendas. En bajamar se queda todo seco y afloran los bancos marisqueros. La abundancia de fauna marina sorprendió a Charles Darwin durante su viaje austral en el siglo XIX. Las costas estaban espesas de focas y aves marinas. Aunque seguramente no tantas como entonces, pero sigue habiendo muchísimas aves en Chiloé.
Curaco de Vélez alberga bonitas construcciones de madera con fachadas de tejuelas. Te puedes asomar a su paseo marítimo para contemplar las aves en un humedal que se resguarda en una pequeña bahía.
Achao es la principal localidad de la isla Quinchao. Paramos en un par de miradores antes de llegar a Achao: Mirador de Chullec y Mirador Alto La Paloma, que nos proporciona la primera perspectiva del pueblo desde la distancia.
Era hora de merendar, y pronto localizamos una cafetería en la plaza de Achao. Para no reducir nuestra dosis de azúcar en sangre, que tan elevada manteníamos en Chile, nos pedimos unas porciones de tartas (de limón y de maracuyá) junto con el café.
La iglesia de Achao data de 1750 y es la más antigua del archipiélago, construida en madera de alerce y ciprés. Al sacerdote debió de llamarle la atención ver caras extrañas y se acercó a interesarse por nuestra visita, al tiempo que nos explicaba la historia de la iglesia. Se le notaba bastante orgulloso de que la construcción de madera permanezca en pie después de varios siglos.
A Quinchao tardamos algo más de media hora en llegar, ya que por el camino paramos en un par de miradores con vistas a la verde costa. La Isla Quinchao nos presenta su paisaje agrícola y ganadero de parcelas minifundistas.
En Quinchao se emplaza la iglesia de madera más grande de Chiloé, otra de las obras de la Escuela Chilota de arquitectura en madera. Quinchao debe de tener un significado religioso muy relevante. De lo contrario no se explica una iglesia tan grande en una aldea tan pequeña.
Me hubiese gustado tener la ocasión de charlar con alguno de sus habitantes, de conocer sus sensaciones al vivir en un lugar tan plácido, tan apartado. Pero no había ni un alma por allí. En cambio, en el Humedal de Quinchao reinaba un jolgorio desatado. El espectáculo de las aves en este resguardado recodo de mar es tremendamente acústico. Chillidos y más chillidos, las aves pescan almejas excavando en la arena y después remontan el vuelo.
A Dalcahue regresamos a continuación. Al caer la tarde desmontan los tenderetes de productos artesanales y pesqueros y el pueblo queda en calma total. En la iglesia de madera me llamaron la atención sus columnas, que, aunque son de madera, imitan el mármol. Después de visitarla paseamos por el puerto. La gente pide que les hagas fotos, les gusta mucho posar.






Día 3 Chiloé: Parque Nacional Chiloé y Muelle de las Almas, el lado salvaje de la isla
En un soleado y cálido día de principios de diciembre emprendemos rumbo a Cucao partiendo de Castro en nuestro coche de alquiler. Aunque en una hora se cubre el trayecto por la carretera que discurre por el interior de la isla, nosotros tardamos bastante más tiempo, ya que aprovechamos para realizar varias visitas por el camino, como la Iglesia de Nercón, (Patrimonio de la Humanidad), el pueblo de Chonchi o el cementerio de casitas de madera de Cucao.
El Parque Nacional Chiloé está acondicionado con varios senderos cortos que se pueden enlazar para conocer los distintos hábitats de este parque. Es un espacio que preserva una reducida parte del bosque nativo que en siglos pasados desplegaba un gran manto arbóreo sobre la isla. La intervención humana ha causado su desaparición en la mayor parte del territorio insular.
Bosques chilotas de olivillos, arrayanes y enorme variedad de especies nativas, así como humedales, y una playa salvaje con dunas acogen a diversidad de aves, mamíferos o anfibios que no gustan dejarse ver. En nuestra visita al Parque recorrimos todos los senderos, excepto el Tepual, ya que nos parecía repetitivo.
También existe una especie de museo al aire libre que exhibe construcciones tradicionales en madera, especialmente diferentes tipos de embarcaciones rudimentarias.
No me ha entusiasmado este Parque Nacional. Me ha gustado más recorrer la pista que bordea la playa Huentemó por fuera del parque. Queríamos avanzar lo máximo posible en coche para después intentar llegar caminando a la playa Cole-Cole, pero nuestras esperanzas se truncaron al comprobar que la pista vehicular desemboca en la arena. Los lugareños conducen con plena confianza por la playa, pero nosotros no nos atrevimos sin conocerla. En cualquier caso, disfrutamos de esta playa inmensa, salvaje y solitaria. Caminamos por la arena, nos acercamos a la orilla, observamos las aves. Especialmente me llaman la atención los dibujos que se forman en la arena en blanco y negro. Es como una playa tatuada.
Los únicos indicios del viento que suele soplar en esta costa oeste de Chiloé son los árboles inclinados. Hoy hay calma total, 25 ºC y vamos en manga corta, algo inusual.
El Muelle de las Almas es un lugar especial. Desde Cucao hay que conducir varios kilómetros hacia el sur por una ruta de ripio costera que circula por terrenos privados. Se paga por el acceso y por el aparcamiento.
El sendero de 2 Km al Muelle de las Almas es fantástico. Caminamos entre bosques nativos, pasamos por lomas revestidas de prados en los que pastan ovejas, disfrutamos de vistas a una costa absolutamente salvaje batida por el oleaje. Es casi como estar en la Serra da Capelada. Más íntima siento esta relación cuando llegamos al mirador del Muelle de las Almas y conocemos la historia del viaje de las almas al más allá. Es como trasladarnos a San Andrés de Teixido. Quizás para los antiguos chilotas, este lugar también representaba el fin del mundo.
Creo que ya he entendido por qué la gente se enamora de Chiloé. La naturaleza es tan brutal en Chile que te supera en todo momento. No eres capaz de absorberlo todo. Los inmensos paisajes del altiplano, los gigantescos glaciares del sur, las colosales montañas de los Andes, los volcanes humeantes, los ríos vigorosos, las cascadas atronadoras…….Todo es superlativo en Chile. En cambio, cuando llegas a Chiloé, todo te parece más humano, los paisajes más dulces y asimilables, la gente te acoge con hospitalidad, el tiempo adquiere una dimensión más real. Te relaja sentarse en la terraza de un palafito por la tarde contemplando la quietud de la ría. Te podrías quedar todo el tiempo del mundo en Chiloé porque no te abruma como otras regiones de Chile.







Día 4 Chiloé. Castro y la costa nordeste de Chiloé
Para despedirnos de Chiloé no podíamos quedarnos sin sentir esa lenta respiración de la isla y tomarnos una mañana de tranquilo palpitar en Castro. Nos sentamos en un palafito mirando el sosiego del entorno, admiramos el trabajo artesanal de los carpinteros de ribera en los astilleros, contemplamos la arquitectura chilota en madera, conocimos un poco de su historia en el pequeño museo regional, saludamos a los cisnes de cuello negro que llegan en pleamar a los humedales. Obviamente, nos acercamos a los miradores de los palafitos Gamboa y Montt para fotografiar las imágenes icónicas de la isla: los palafitos de Castro, que en bajamar dejan ver sus pilares de madera, mientras que al subir la marea se reflejan en el agua como si flotasen sobre ella.
En Chiloé siempre hay que conocer las historias de los lugares para poder ver más allá de lo que captan nuestros ojos.
Ha llegado el momento de emprender rumbo hacia el norte, pero en vez de hacerlo directamente por la Ruta 5, queremos dar un pequeño rodeo para conocer la costa nordeste de Chiloé. Así que, desde Castro nos ponemos en marcha hacia Dalcahue y después Quemchi. Quemchi es una localidad costera. Nos han contado que es tierra de leyendas y de brujería. En vez de encontrarnos brujas narigudas cociendo brebajes en su olla, descubrimos un puerto pesquero muy apacible, ferias de artesanía, y una chica muy amable en la oficina de información turística. Eso sí, nadie preparaba curanto al hoyo ese día para que lo pudiéramos degustar.
Tomar la carretera de la costa por Linao nos retrasó bastante. Están asfaltando el tramo de Quemchi a Chacao. Algunos tramos ya están finalizados, pero otros estaban en obras y sufrimos varios cortes de tráfico. A cambio resultamos obsequiados con vistas a la Cordillera cuyas cumbres nevadas brotan del mar. Pasamos por pequeñas granjas rurales, por pequeñas bahías que acogen pueblos pesqueros. Es la esencia de Chiloé: campo y mar.
En Chacao embarcamos en el transbordador y en Pargua retomamos el contacto con el Chile continental para dirigirnos a Osorno. Es una gozada conducir con los volcanes Osorno y Calbuco de frente, uno a cada lado de la autopista.
Nuestros amigos chilenos, Vero y familia, nos aguardan en Osorno para hacer gala de una inagotable hospitalidad. La velada resulta encantadora. Da gusto que te traten tan bien.







