Día 1. Reserva costera valdiviana
No hemos seguido un minucioso programa establecido y nos hemos dejado llevar con flexibilidad total, y creo que por eso ni me había enterado de que el viaje estaba tocando a su fin.
Para llegar a la Reserva Costera Valdiviana desde Osorno nos dirigimos a La Unión. Se celebraba un mercado agrícola en esta localidad, por lo que nos entretenemos un rato curioseando en los puestos de productos locales.
Tomamos después carreteras secundarias para dirigirnos a Corral pasando por Los Ulmos, chupando un montón de kilómetros de ripio. Trayecto que nos deja bastante machacados, aunque sirve para darnos cuenta de la devastación que ha sufrido el bosque nativo.
Estamos de nuevo en la Región de los Ríos y el río Futa nos acompaña tras pasar Los Guindos. Se me hace eterno el trayecto entre interminables eucaliptos donde sólo nos cruzamos con camiones cargados de troncos.
Finalmente alcanzamos el mar de la costa valdiviana. Aunque vamos parando en cada mirador aposentado en este litoral entre Corral y Chaihuin, el panorama no me dice gran cosa. Es una costa verde que intercala playas y tramos rocosos.
Al ver un cartel que anunciaba las loberías de Huiro, allá nos dirigimos. Se accede por una propiedad privada. El sonido tumultuoso que escuchamos al caminar por el sendero parece provenir de un campo de fútbol en partido de máxima rivalidad. Pero no. Son los gritos de cientos de lobos marinos tumbados en los peñascos. Está la marea demasiado alta para acercarnos, así que nos contentamos con observar sus movimientos y sus peleas desde la playa de cantos rodados mientras las aves despliegan sus alas. Los sonidos son sobrecogedores.
En Chauihin se localiza la entrada al Parque Nacional Alerce Costero, que dispone de senderos para conocer el bosque originario de alerces. Actualmente el bosque nativo está prácticamente esquilmado, y en la Guardería Conaf nos aconsejaron acercarnos a la Reserva Costera Valdiviana. No tenemos que conducir más que un par de kilómetros para llegar al punto de inicio del sendero Los Colmillos. Es muy corto. Con tan sólo 1 km de longitud, penetra en la selva costera valdiviana. Es un sendero interpretativo que invita a escuchar los sonidos del bosque. La senda finaliza en la playa de Chaihuin, donde somos testigos de una encarnizada pelea entre piqueros.
Muy cerca se enclava el Mirador Los Colmillos, que ofrece una panorámica costera. Aunque reconozco que esta verde costa no carece de cierto atractivo, no encuentro nada especialmente llamativo.
Tras la visita decidimos emprender rumbo a Valdivia. El transbordador entre Corral y Niebla parte cada hora, y tarda menos de media hora en cruzar a la otra orilla. Ambos puntos enfrentados a cada lado de la costa (Corral y Niebla) están dotados de Fuertes defensivos que forman parte de la historia de la zona.
Una vez que nos acomodamos en el hospedaje de Valdivia era el momento de salir a pasear por la ciudad que vibraba de animación el viernes por la tarde. Por la Costanera paseaban o pedaleaban los jóvenes. Esa es la sensación que percibo. La ciudad es joven y en cierto modo estimulante. No tan jóvenes me parecían los lobos marinos que dormitaban en el puerto, o al menos, su gran envergadura hacía sospechar lo contrario. Los buitres prestaban atención por si podían atrapar algo. Observo que no son las únicas criaturas recostadas en la ciudad. También unos cuantos borrachos e indigentes se tumban en los jardines de la costanera.
Valdivia es la ciudad de los ríos e históricamente ligada económicamente a ellos. Por eso capitanea la Región de los Ríos y es fácil entender el motivo. Son varios los que confluyen en la ciudad para desembocar en el cercano Oceáno Pacífico. Desde el puerto situado en la costanera parten numerosas embarcaciones turísticas que navegan por los ríos. Algunas se acercan al Santuario de la Naturaleza Carlos Anwandter para avistar los cisnes de cuello negro y otras aves.
El péndulo de Foucault se alza como uno de los símbolos del paseo fluvial de la Costanera. Es una escultura erigida por el Centro de Investigaciones Científicas. Es la misma institución que esos días había montado una exposición sobre los movimientos de los glaciares del sur de Chile. Mientras que varias masas de hielo retroceden claramente, el gran glaciar Pio XI avanza firmemente, llevándose por delante bosques de cipreses milenarios.
Además de actuaciones de baile, en la calle se celebraba el Festival Internacional de Jazz de Valdivia y nos invitaron al concierto. Cuántas sorpresas inesperadas nos ha deparado este viaje.
Alojamiento y cena en Valdivia
Hostal Río de Luna: con vistas al río Calle-Calle en una zona tranquila de la avenida Arturo Pratt. Dispone de aparcamiento.
Cenamos muy bien en el restaurante Picamaderos. Yo me pedí un plato que fusiona ingredientes del norte y sur de Chile, como ha sido este viaje: Quinotto con ostiones y camarones, delicioso, además de carne a la olla con ñoquis. De postre, suspiro limeño con maracuyá. Todo buenísimo. Los precios de los restaurantes en Chile son bastante más caros que en España.








Día 2 Costa Valdiviana: Curiñanco
El Santuario de la Naturaleza Carlos Anwandter es uno de los lugares más visitados en los alrededores de Valdivia. Las embarcaciones turísticas parten de la Costanera Arturo Prat y navegan por el río Cruces. No me convencía ninguna de las excursiones, así que decidí que nos acercaríamos en coche hasta Punucapa a echar un vistazo.
La historia de este Santuario de la Naturaleza no es muy extensa, aunque sí curiosa. El causante del humedal fue el terremoto más fuerte de la historia del planeta, ocurrido en 1960. El desplome del terreno en los alrededores del río Cruces originó su inundación y a partir de entonces se fue poblando de aves. Son los cisnes de cuello negro su mayor reclamo, aunque nosotros ya habíamos visto muchos ejemplares en Chiloé y por tanto no era mi prioridad.
La verdad es que llegar a Punucapa resultó poco exitoso. El paisaje de esta diminuta aldea a orillas del río Cruces no me deslumbraba, y las aves estaban distantes de las orillas.

Una carretera de ripio se dirige hacia la costa. Es la que tomamos para llegar a Curiñanco. Resulta ser una grata sorpresa. La costa verde confluye en unas playas agitadas por el oleaje. La amplia playa de Curiñanco es sólo accesible para el público desde determinados puntos, debido a que las propiedades privadas copan la primera línea de costa. Me gusta la pequeña cala semicircular situada en un extremo de la playa. Nos regala una bonita imagen cuando nos asomamos a los acantilados. También resultan agradables los momentos que pasamos sobre la arena después de descender por el sendero. Nos distraemos haciendo fotos en este lugar bastante resultón, compuesto por rocas de variadas formas modeladas por el oleaje del Océano Pacífico.
Punta Curiñanco tenía buena pinta. He visto fotos y son preciosas. No teníamos tiempo para recorrer el sendero que cruza los acantilados de la Reserva Protegida Curiñanco y llega hasta la punta. Qué rabia.



Era nuestro último día en el sur de Chile y desde Valdivia nos quedaban 2 horas de conducción hasta el aeropuerto de Temuco. El vuelo a Santiago aterriza puntualmente en el aeropuerto Arturo Merino Benítez, que ya nos resulta familiar.
Había reservado hotel un par de días antes en la zona de Bellas Artes, según me recomendó Vero. Es una estupenda zona de animación nocturna, muy cerca del Barrio Lastarria. Hay montones de restaurantes y bares en las inmediaciones, así como alguna calle peatonal.
Este viaje sin planes ha estado lleno de imprevistos y emociones. El último día nos aguardaba todavía la mayor sorpresa en forma de whatsapp de unos amigos. Nos conocemos desde hace 30 años y se han ido a vivir a Lima hace año y medio. Qué casualidad, que me avisan que están pasando el fin de semana en Santiago, y ¡justo coincidimos!, sin esperarlo. Buscamos una terraza para cenar, exprimiendo los últimos momentos de la primavera austral, antes de retornar al inminente invierno español. Quién sabe en qué lugar del mundo nos volveremos a ver la próxima vez.
Este viaje se acaba tras 3 semanas de vivir plenamente cada momento, sin pensar en lo que nos deparará el mañana.
Chile, sabes que te quiero.
Un nuevo cruce de la Cordillera de los Andes en avión


