La mañana amaneció muy nublada, lo cual tampoco nos produjo mayor preocupación, pues nos habíamos acostumbrado a las bruscas variaciones del tiempo en Irlanda y sabíamos que tarde o temprano saldría el sol. Desde Tralee, viajamos hasta Killarny, un recorrido de poco más de treinta kilómetros. En algunos momentos apareció la lluvia, que nos dejó un paisaje algo emborronado y el asomo de un arco iris en el horizonte.
Killarney es una pequeña ciudad que se encuentra a orillas del Lago Leane, muy conocida entre los extranjeros por ser una de las principales vías de acceso al Anillo de Kerry, y también por albergar en sus inmediaciones un hermoso Parque Nacional que lleva su nombre. Nada más llegar, nos encontramos con los coches de caballos que se dedican a pasear a los turistas por el centro de la población y por el propio Parque.
Un lema significativo.
También captamos la atractiva estampa de la Catedral de Santa María, aunque, pese a que da el pego por su aspecto medieval, fue construida en 1855 en estilo neogótico.
En cualquier caso, lo más interesante de Killarny hay que buscarlo en el Parque Nacional, el primero que se estableció en Irlanda, poco después de que la casa Muckross fue donada al estado irlandés en 1932.
Nuestro primer destino fue el Castillo de Ross, situado a orillas del Lago Leane, que fue construido en el siglo XV por la familia O'Donoghue, si bien cambió de manos durante la Rebelión de los Desmond entre 1569-1583. Se cuenta también que fue uno de los últimos castillos en rendirse a los partidarios de Oliver Cronwell en las guerras confederadas de Irlanda, entre Irlanda, Inglaterra y Escocia, a mediados del siglo XVII.
Aún chispeaba cuando, tras llegar a pie pasando un puente y el embarcadero, captamos su sobrecogedora estampa, que nos recibió con una enorme sorpresa en forma de bellísimo arco iris, confiriéndole un aspecto casi mágico. ¡Qué bonito, por favor!
Antes de tomar las primeras fotos decentes, tuvimos que soportar unos cuantos golpes de viento y alguna que otra ráfaga de lluvia a modo de ducha, algo que se había convertido en habitual cada día a esa hora temprana y que ponían en jaque a la pobre máquina de fotos. Cuando logré enderezar el paraguas y cubrirme la cabeza con la capucha, convenientemente dejó de llover al momento, en tanto que unos incipientes rayos de sol se abrían paso entre las nubes.
Tocaba, pues, acercarse al castillo, cruzar su pórtico y contemplar desde la parte interior las vetustas ruinas que miran al lago, sobre el que se cernía aquel impactante arco iris. El panorama era realmente precioso, a pesar de que una bruma ligera impedía divisar nítidamente las colinas que servían de fondo.
Según afirma la leyenda, el jefe de los O’Donoghue, no sé sabe si por propia voluntad o tras ser empujado, se precipitó, junto con su caballo, su mesa y su biblioteca, desde lo más alto del castillo al lago, en cuyas aguas desapareció; y allí, en sus profundidades, reside desde entonces en un palacio, desde el que vigila todo lo que sucede en las que fueron sus posesiones.
Este Parque conserva el bosque nativo más extenso de Irlanda, con abundancia de robles y tejos, y es posible recorrerlo a pie, en bicicleta o en coche de caballos, contemplando colinas, lagos y una exuberante vegetación que abarca multitud de especies.
En cuanto a su rica fauna, es muy fácil contemplar ciervos rojos, integrantes de las únicas manadas de esta especie que se encuentran en Irlanda. De hecho, vimos varios ejemplares entre la vegetación.
El caso es que entre la bruma, los reflejos, los rayos del sol que empezaban a filtrarse entre las nubes... surgió ante nuestros ojos un verdadero paisaje de cuento.
Si el tiempo acompaña, se puede alquilar un bote o subir a una barca colectiva que da paseos por el lago.
Un poco más lejos, a unos seis kilómetros del centro de Killarney, se encuentran una Abadía franciscana de 1448 (hoy en ruinas) y la Mansión de Muckross, construida por el arquitecto escocés William Burn en 1843 para Henry Arthur Herbert y su mujer, la acuarelista Mary Balfour Herbert.
Aunque el acceso al interior de la casa es de pago (creo que no hay nada destacable dentro), los jardines se pueden visitar gratuitamente. Bueno, quizás estoy hablando de más, porque no sé si se cobra por el aparcamiento.
En toda esta zona, el verde se vuelve de un tono casi fosforito, parece un inmenso campo de golf.
No obstante, la mejor opción es perderse por los senderos del parque y acercarse hasta el lago
Y, luego, descubrir también el tamaño sorprendente que alcanzan tanto los árboles como las plantas, que crecen entre los arroyos. Durante el paseo se contempla una curiosa mezcolanza que auna el bosque y el jardín, con especies muy variadas, algunas de las cuales, indudablemente, no son autóctonas.
Dependiendo de la zona del parque y de la luz, los colores eran diferentes y las plantas también.
También se puede llegar hasta la cascada de Torc, pero entre que lo pensamos tarde y que nos comentaron que no merece demasiado la pena, al final, no nos dio tiempo, pues estuvimos muy entretenidas haciendo fotos por acá y por allá.
Había hojas de un tamaño enorme, me recordaron a las de las Islas Azores o las Canarias.
Este Parque me pareció muy bonito. Si os gusta caminar, merece la pena dedicarle al menos un par de horitas para patearlo con un poquito de tranquilidad. Por mi parte, que una de las cosas que siempre recordaré de mi viaje a Irlanda es aquel arco iris al lado del catillo de Ross.