Por las fotos que había visto, Gdansk era una de las ciudades que más me atraían de Polonia. Salimos muy temprano de Varsovia, ya que nos esperaba un largo viaje de 340 kilómetros desde la capital, casi cuatro horas por carretera y con el siguiente itinerario sugerido por Google Maps.

Por lo demás, el trayecto por la autopista (Droga Elspresowa S7) me resultó un tanto anodino, pues el paisaje no era sino una sucesión de campos de cultivo totalmente planos, cuyos colores solo cambiaban con el cruce de ríos como el inevitable Vístula y su afluente, el Nogat.


Gdansk, capital de la provincia histórica de Pomeramia Oriental, es la sexta ciudad polaca en número de habitantes (en torno al medio millón) y el mayor puerto del país, que ya era muy importante en la Edad Media como parte de la ruta comercial que iba del mar Báltico al Mar Negro, a través de los ríos Vístula y Dnieper y sus afluentes. Conocida como la ruta del ámbar, se negociaba con ámbar y otros muchos productos desde el norte de Europa hasta Grecia, Asia, Egipto y otros lugares.

Su nombre histórico era Danzing. Se fundó como fortaleza a finales del siglo X, en tiempos del rey polaco Miecislao I, para comunicar el interior de Polonia con las rutas comerciales del mar Báltico. Formó parte de la Liga Hanseática y durante el siglo XVII se convirtió en un puerto muy importante, sobre todo por la exportación de cereales, especialmente centeno. En 1793, fue anexionada al Reino de Prusia tras la segunda partición de Polonia. Obtuvo la condición de estado semiautónomo con Napoleón, entre 1807 y 1814, para volver a ser ciudad prusiana entre 1815 y 1871, año en que pasó a integrarse en la Alemania Imperial. Al término de la I Guerra Mundial, fue ciudad libre bajo el auspicio de la Sociedad de Naciones, aunque con cierto control polaco. Aprovechando la mayoría alemana de la población, los nazis consiguieron imponerse en las elecciones de 1933.

Al final de la II Guerra Mundial, fue ocupada por los soviéticos que destruyeron casi todo lo que quedó en pie tras los fuertes bombardeos sufridos en la contienda y expulsaron a los habitantes alemanes. Fue repoblada sobre todo por polacos procedentes de la zona oriental, anexionada por la Unión Soviética. La ciudad pasó a llamarse Gdansk y también se cambiaron los nombres alemanes de plazas y edificios. Su casco antiguo fue reconstruido a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.


Nada más llegar, divisamos una primera perspectiva del barrio antiguo desde un puente de la carretera sobre el canal. Sí, comprobamos que nos iba a gustar, aunque también vimos que había obras, bastantes obras, aunque ya se habían terminado las más aparatosas.


Después de dar una primera vuelta en bus, fuimos al hotel a hacer el check-in. Era el Mercure Stare Miasto, que estaba muy bien situado, a unos diez minutos a pie del casco antiguo, lo que nos vino muy bien para movernos a nuestras anchas por la zona una vez acabada la visita guiada preliminar, que hicimos después de almorzar en un restaurante del centro. Desde la habitación, vislumbrábamos las grúas del puerto y la Iglesia de San Bartolomé.

Con el guía local para esta ciudad -que no nos gustó demasiado-, recorrimos parte de la zona más moderna y también fuimos hasta la zona de los astilleros donde nació el sindicato Solidaridad. En los alrededores, se ha instalado en un edificio de acero el Centro Europeo de la Solidaridad, que recuerda la lucha sindical, la oposición anticomunista del este de Europa y la historia de su fundador, Lech Walessa. También se pueden ver otros edificios relacionados con este asunto, como el edificio de ladrillo rojo, donde fueron firmados los acuerdos de Gdansk de 1980, y un monumento dedicado a los trabajadores del astillero caídos en 1970. Visitar el interior del museo, depende del interés de cada cual en este tema y del tiempo disponible. Lo mismo cabe decir del Museo de la II Guerra Mundial. Además de la estación de ferrocarril, otro lugar interesante es el edificio (hoy reconstruido) de la antigua oficina postal, donde fueron fusilados un centenar de empleados de correos al tratar de resistirse a los nazis; luego fue sede de la policia polaca y en la actualidad se ha convertido en un museo.



También con el guía, dimos una vuelta por el casco histórico, aunque prefiero contar conjuntamente todo lo que vimos con él y, luego, por libre, pues no veo que sea de ningún interés mencionarlo por separado. Solo decir que, aunque no es imprescindible, viene bien hacer un free tour para llevar una idea de por dónde moverse y conocer un poco de la historia de los diferentes lugares, siempre teniendo en cuenta que casi todo tuvo que ser reconstruido después de la II Guerra Mundial, con lo cual las dataciones son de los edificios primitivos y no de los que aparecen ante nuestros ojos, con similar aspecto a los antiguos, eso sí.

Los itinerarios suelen comenzar cerca de la principal estación de ferrocarril, que cuenta con una bonita fachada de ladrillo rojo, por cierto. En la Puerta Alta, hay un punto de atención turística. Muy cerca está una de las sedes del Banco de Polonia, y a solo unos pasos la antigua prisión y la Puerta Dorada, cuyo origen se remonta al siglo XVII y que constituía el punto de inicio de la llamada Ruta Real, por donde transitaban los monarcas cuando visitaban la ciudad. También estaba en obras
. Por la parte exterior, a su costado, el edificio de la Hermandad de la Corte de San Jorge, con el santo matando al dragón en lo alto de la linterna.
Puerta Alta.


Banco de Polonia y Puerta Dorada.


Hermandad de San Jorge.


Antigua prisión.



Banco de Polonia y Puerta Dorada.


Hermandad de San Jorge.


Antigua prisión.

La calle que continúa hacia adelante es Dluga Targ , peatonal y una de las más bonitas de Gdansk, pues está flanqueada por preciosos edificios pintados de colores, con fachadas estrechas terminadas en triángulo, adornadas con grabados y dibujos que representan temas muy variados. Son las típicas casas de las ciudades hanseáticas que tanto me gustan, quizás porque son muy diferentes de las nuestras.



Una de las más destacadas es la Casa Uphagen, situada en el número 12 y que se encuentra abierta al público como museo. Construida en el siglo XVIII, era propiedad de un importante comerciante de la ciudad. Esta calle suele estar muy concurrida, atestada, en realidad. Pero, bueno, es algo a lo que hay que acostumbrarse. Tras pasar el Teatro de las dos ventanas, llegamos al Ayuntamiento, donde se encuentra el Museo de Historia la ciudad. Su origen se remonta al siglo XIV, aunque sufrió numerosas modificaciones posteriores. Se trata de uno de los mejores ejemplos de arquitectura gótico-renacentista de la ciudad y responde a la estructura típica de un ratusz, edificio administrativo coronado por una torre campanario.



En las inmediaciones, vimos también la Fuente de Neptuno, con una escultura de bronce del siglo XVII, y la Corte de Artus, lugar de reunión social de los comerciantes de la ciudad desde 1340, aunque no empezó a adquirir su aspecto actual hasta siglo y medio después.



En este punto, retrocedimos un par de manzanas para dirigirnos a la calle paralela, llamada Piwna, junto a la que se encuentra la Basílica de Santa María, la iglesia católica más grande de Polonia y la mayor del mundo construida con ladrillos, con unas medidas de 105 metros de largo por 66 de ancho y 78 de altura. Tras la reforma, fue utilizada tanto por católicos como por luteranos, y más tarde solo por luteranos hasta la expulsión de la población alemana en 1945. Se empezó a construir a mediados del siglo XIV en estilo gótico.
Calle Piwna.


Basílica de Santa María.
El interior del templo es tan grande que produce una impresión extraña, como de que hay poco dentro aunque no sea así. Lo que más me gustó fue el Reloj Astronómico, del siglo XV, que tiene 14 metros de altura. El Altar Mayor es un políptico gótico del siglo XVI. También cuenta con un órgano gótico muy llamativo y con una copia del “Juicio Final” de Memling, cuyo original se encuentra en el Museo Nacional.






Vi que se podía subir al campanario y no lo dudé, pese a los 412 escalones que echan para atrás a la mayoría. Y encima tuve que pagar, aunque no recuerdo cuánto. Bueno, de masoquistas está el mundo lleno. Hay varios tramos, algunos más sencillos que otros, pero tomándomelo con calma ninguno me resultó especialmente duro pese a que los escalones están numerados no sé si para animarte o para hacerte resoplar.


Por el camino, se ve el interior de la torre, lo que te distrae un poco del esfuerzo y hace la subida un tanto diferente a las de otros campanarios. Una vez arriba, las vistas no fueron todo lo espectaculares que me imaginaba a tanta altura, ya que la visión es parcial. En fin, tampoco estuvo mal para tomar algunas fotos, aunque no me atrevo a recomendárselo a nadie… por si acaso se acuerdan de mí, echando pestes por el camino
.



Durante el tramo de bajada, se puede ver las partes superiores de las bóvedas de la iglesia, que han sido restauradas recientemente.
