Las horas de sueño han ido bien. Café en el restaurante, donde el sol pega de lleno mientras se eleva, aseo, recogida, apunte de datos, un par de cafés de propina, check out a las 11, y un paseo por el mercado de enfrente, al lado del Wat. Detrás unos operarios montando atracciones de feria.
La chica del guest house llama a la estación para informarnos de los horarios de buses, y concretamos con ella el traslado en su pick up por 20 THB cada uno, una hora antes de la salida del bus de las 13’40 a Chiang Mai. Planteamos un día de transición sin prisas, ya sabiendo que es un viaje de 5 1/2, con lo cual llegará sobre las 7 de la tarde. A hora puntual, montamos en el autobús de 2 pisos que va semivacío, y sin asientos numerados. Nos vamos a la primera fila del ático, justo encima del conductor, sin asientos delante, y sólo con el parabrisas entre nosotros y la carretera. Es un autobús de paradas, por lo que además de en un par de estaciones fijas, hace otras varias en puntos sin señalizar de la autovía para montar o apearse, o para entregar o recibir paquetes o dinero. Vamos holgados hasta la última estación de Lampang a unos 50 kms de Chiang Mai, donde no solo se ocupan los asientos, sino que más de una decena de pasajeros, quedan de pie en los pasillos o se sientan en las escaleras.
En Chiang Mai a la hora prevista, montamos, después de regatear hasta los 100 THB (2’5 eu), en una songthaew que nos lleva al hostal Awanahouse, dentro del cuadrado amurallado del centro de la ciudad, del que marchamos al haber solo una habitación disponible, a la búsqueda de otras opciones. Tras un par de intentos fallidos, a unos 10 minutos a pie del Awanahouse, entramos descorriendo la verja cerrada del Baan Nam Sai, casi frente al Siri Guest House, y después de la aparición de la dueña, aceptamos tras verlas, las 2 dobles que nos ofrece al precio de 500 THB (12 eu) room.
Necesitamos alimento, así que vamos directos a un restaurante capturado en la retina durante la búsqueda de cama, en una calle a pocos metros de nuestra nueva residencia. Luce el afrancesado nombre de Boutique de la pasta. Caen unas pizzas Funghi y de Salami extrapicante, pasta al pesto y ravioli de ricotta y espinacas, de excelente masa y pasta hecha en casa, y dos rondas de singhas y cocacola, que nos salen por 900 THB (24 eu). Gratis o cara, depende de como se mire, nos sale la posterior tertulia con el dueño de la trattoría, el gentiluomo Luciano Marcoooni, italiano de italia, don de gentes y vacile innato, chef y dandy residente en CM desde hace 17 años, que te conferencia lo mismo del aceite de oliva extravirgen que de las fiestas de Berlusconi, y que por la clientela femenina presente que le reclama, ha de ser un dechado de completas virtudes. Luciano, nos acaba invitando a café del suyo, no del de cubierto, y a mí que prefiero los chupitos, al resto del Limoncello que le queda a una botella, justo para dos vasitos.
Unas vueltas a medianoche por el cercano y bullicioso mercado dominguero, más occidentalizado, y mientras Rosa se queda haciéndose un masaje callejero por 100 THB, de los muchos que se ofrecen en la acera, nosotros, con una parada en un ciber, regresamos al hotel a desplomarnos en la cama.