Después de la visita a Rishtan volvemos a la carretera para desplazarnos hasta la ciudad de Fergana, de las que nos separan 58 km (algo menos de una hora de camino). En la carretera nos para un policía para hacer un control. Pidió los papeles del conductor, le hizo unas cuantas preguntas y nos dejó marchar.
Fergana se encuentra en la parte sur del valle de Fergana y es considerada una de las ciudades más jóvenes de Uzbekistán. Fue fundada en 1876, después de la anexión del kanato de Kokand al Imperio ruso. Como este lugar estaba a solo 12 km de Margilan recibió el nombre de New Margilan.
Cuenta con una fortaleza militar. Al estar en el centro de la ciudad, la fortaleza comenzó a formar más y más calles a su alrededor. Junto a la fortaleza hay un gran parque "San'at saroyi". En 1907, la ciudad pasó a llamarse Skobolev, en honor al gobernador militar de la región de Fergana, Mikhail Skobolev, y finalmente, en 1924, la ciudad recibió su nombre final, Fergana. Se trata de un caso extraño. Normalmente los valles reciben el nombre de las ciudades, no a la inversa.
Los primeros monumentos arquitectónicos de la ciudad fueron la Casa del Gobernador (ahora el edificio del teatro dramático), la Casa del Asistente del Gobernador, la Asamblea Militar (Casa de Oficiales).

Ahora Fergana es uno de los centros industriales más importantes de Uzbekistán. Su crecimiento significativo comenzó en el siglo XX y alcanzó su punto máximo después de la independencia. Hoy alberga un buen puñado de hoteles para los viajeros que quieren explorar el valle.
Nos alojamos en el hotel Asia Hotel Fergana, un gran recinto hotelero que consta de varios edificios. Nosotros nos alojamos en el principal, en la primera planta (tenemos que subir un tramo de escaleras, por lo que es necesario que nos lleven las maletas). Nos dan una enorme habitación duplex, con un sofá y dos sillones en la planta inferior y la habitación y el cuarto de baño arriba.
Como la ciudad no ofrece grandes encantos más allá de un parque público, decidimos quedarnos en el hotel, ir a cenar y luego a la piscina.
El restaurante es elegante aunque con una decoración más sobria y rusa que la que hemos visto en otros hoteles (muy recargados y uzbekos).

Pedimos para compartir ternera stroganoff, pasta Alfredo, una bandeja de frutas y un te de jengibre, miel y naranjas que estaba delicioso. La fruta daba para comer tres o cuatro personas y, aunque estamos en la zona donde se cultiva, es más cara que los platos principales. Las manzanas y las ciruelas eran sabrosas; el resto, normal.

Al ir a pagar algunas tarjetas de crédito no las aceptaba el datáfono así que tuve que volver a la habitación (y no estaba cerca) para coger mi monedero. La mía sí pasó.
El hotel tiene una bonita zona ajardinada con flores y, como dije, una piscina interior. Tiene vestuarios para hombres y mujeres y el agua está templada. Quizás eché de menos alguna hamaca más (solo había cinco). Yo no me metí en el agua porque había una pareja de rusos con una niña armando mucho escándalo y haciendo lo que no se puede hacer en una piscina (correr, beber cerveza, gritar, tirarse de cabeza, poner tu propia música muy alta...).
