Amanece un nuevo día y toca acercarse al aeropuerto con tiempo para subir al vuelo que nos llevará a la capital griega, Atenas. En Barajas cumplimentamos las labores de checkin, entrega de maletas, seguridad y acceso a la puerta de embarque y después de un vuelo plácido y sin nada que reseñar nos vamos aproximando a la costa helena. Dado que me ha tocado ventanilla aprovecho para deleitarme con los perfiles aéreos de la costa.
[align=center]VISTA DE LA COSTA GRIEGA DESDE EL AVIÓN

Nunca había prestado atención pero esta vez seguí las evoluciones del ala durante el proceso de aterrizaje y parece increible como una pieza de metal puede hacer posible que el aparato haga y deshaga para cumplir su objetivo final. ¡Cómo hemos evolucionado desde los tiempos de Ícaro...!
Aterrizamos sin novedad y llegamos a la zona de recogida de equipajes. Mientras esperamos una niña pequeña pulula por allí sola jugando en su mundo interior. Dos empleadas del aeropuerto pasan por allí y al ver a la niña sin acompañamiento aparente se paran, observan alrededor por si hay algún adulto y me preguntan si es hija mía. Les digo que no y durante unos instantes se quedan por allí vigilando hasta que aparece un hombre cargado de maletas sofocado que se acerca a la niña y empieza a jugar con ella con toda tranquilidad. Una de las empleadas se acerca al padre, eso parece, y le echa un buen broncazo por haber tenido a la hija sola por la zona. El hombre asiente, señala las maletas, baja la cabeza y continúa a lo suyo. La cosa no va a más. ¡Cuántas de estas escenas de potencial peligro se repetirán en los aeropuertos del mundo...!
Agarramos las maletas y dirigimos nuestros pasos a coger el Metro. Salimos de la terminal, cruzamos la calle, subimos por unas escaleras mecánicas hasta llegar a una pasarela y la misma nos comunica con el acceso al metro (y también tren) que nos llevará a la estación de Monastiraki, al lado del hotel. El coste del billete es de 9 euros y su adquisición en las máquinas de la estación es bastante sencilla. Los andenes centrales son los del Metro y los laterales los del tren de cercanías y rápido se empiezan a llenar con todos aquellos que hemos volado a Atenas y nos dirigimos a nuestros respectivos destinos.

La frecuencia de horarios del Metro que va al centro desde el aeropuerto (Línea 3 azul) de 35 minutos va a ocasionar que los vagones vayan presumiblemente bastante congestionados (no entiendo tan escasa frecuencia en una línea con un volumen de pasajeros presumiblemente elevado a lo largo del día pero supongo que ya habrán hecho cálculos sobre ello, o no). Puesto que faltan unos 15 minutos para que llegue el próximo aprovechamos para comernos de pie los bocatas que traemos de casa. Hemos salido antes de las 11 de la mañana de Madrid y ahora mismo, hora de Atenas, son las 4 de la tarde (una hora más que en España) por lo que, por “gazuza” y por adaptarnos a la hora local, no viene mal el refrigerio.
Llega el metro y, como no podía ser de otro modo, aquello es la guerra para acceder a los vagones y, como no, para coger asiento. Como la puerta nos pilla delante, por suerte, alcanzamos 2 sitios y así podemos ir más o menos cómodos los 40 minutos que dura el recorrido entre el aeropuerto y Monastiraki. Me sorprenden ciertas paradas de esta línea en cuanto a espacio y magnificencia dado que me esperaba algo más dejado en la infraestructura y su mantenimiento y, llegando a Syntagma, van los vagones ya de bote en bote. Estábamos ojo avizor por las advertencias de carteristas pero, afortunadamente, no les vimos el pelo ni aquí ni el resto del viaje pero, por si acaso, prietas las filas, mochila en delantera, bolsillos tapados y nada al descubierto. Dice el proverbio griego que procura lo mejor, espera lo peor y toma lo que viniere.
Por fin llegamos a la estación de Monastiraki y cogemos la salida de la propia calle Athinas, cerca del hotel. Aquello es un impacto de realidad: sábado y 5 y pico de la tarde, acera llena de gente, ruido, calor de bochorno y mucho, mucho bullicio. Arrastramos las maletas y llegamos, por fin, al hotel Attalos. En recepción nos reciben divinamente, ensayamos los kalispera de turno, hacemos el checkin y subimos a la habitación.

La habitación está en la última planta del edificio y por su ventana se ve un cachito de la Acrópolis, lo cual ya nos mete en faena. Dejamos bártulos, cogemos bártulos y nos preparamos para la primera toma de contacto de la ciudad intentando aprovechar lo que queda de tarde y noche.
Lo que acaeció con posterioridad será sujeto de relato en la siguiente etapa.
[/align]