Una travesía de 2 horas y cuarto por el Estrecho de Magallanes. Es el tiempo que tarda el ferry de Punta Arenas a Porvenir.
La travesía resulta cómoda, en un barco acondicionado para transportar personas y vehículos.
Ni viento, ni frío, ni lluvia, ni oleaje, aunque muy nublado, cruzando el famoso Estrecho. La meteorología se porta lo bastante bien para que incluso podamos ir en cubierta durante algunos momentos de la navegación. Así, contemplamos las cumbres nevadas de la península Brunswick, en la que se ubica Punta Arenas.
Arribamos en Bahía Chilota, pequeño asentamiento de pescadores en la entrada a la bahía de Porvenir.
El modesto faro se alza en uno de los extremos de la bahía.
Tras desembarcar nuestra camioneta alquilada, en 5 km llegamos a Porvenir, la capital de Tierra del Fuego chilena, y que cuenta con infraestructuras básicas.
Nuestra primera impresión nos lleva a pensar que se parece bastante a algún pueblo de Islandia o de Groenlandia, aún sin haber estado nunca en esos lugares, pero recuerda fotos o reportajes que hemos visto.
Lo notamos por el paisaje estepario, por la configuración del pueblo y sus casitas de madera.
Pronto empezó a darnos la impresión de que la forma de vida también debe de ser similar, gentes acostumbradas a poner todo su empeño en intentar ser felices en un entorno dominado por el frío y el aislamiento.
Sobre todo, cuando pretendimos comprar alimentos frescos, (en especial fruta) para pasar nuestros días en la isla. Tarea complicada. El pueblo estaba prácticamente desabastecido porque se había retrasado el barco con suministros. En cualquier caso, conseguimos lo imprescindible, algo de comida para nosotros, y para el coche, al que obsequiamos con un bidón de combustible de repuesto para ir más tranquilos.
Y ya con todo listo, nos enfrentamos a casi 300 km de ripio por esa naturaleza inhóspita y arrebatadora.
Bordeamos la enorme Bahía Inútil, durante 150 km, desde Porvenir hasta Cameron. Un trayecto al lado del mar en el que se intercalan estancias ganaderas con diminutas caletas de pescadores.
Rebaños de ovejas, vacas, caballos, son los reyes de las inmensas extensiones de estepa fueguina.
Animales domésticos introducidos por los colonos, que comparten territorio con la fauna salvaje nativa. Guanacos que se cruzan en nuestro camino, y montones de aves, parecen no asustarse de estas condiciones ingratas.
Resulta difícil imaginarse lo duro que debe de ser el invierno aquí.
Y, más duro debía de ser para los antiguos pobladores, los selkman, quienes se procuraban calor haciendo fogatas al aire libre, tal como pudieron comprobar los primeros europeos en acercarse a estas costas.
Tras pasar Cameron, nos alejamos del mar, adentrándonos en el interior de la isla. Más guanacos, y cada vez más aves, sobre todo, en los alrededores de pequeñas lagunas y pequeños riachuelos.
Sintiendo que estamos, realmente, lejos de todo….en el sur del mundo. Paisajes salvajes, remotos, que, sin ser terriblemente bellos, ponen las emociones a flor de piel.
Nos empezamos a acostumbrar a conducir por esos puentecillos de madera, de aspecto tan frágil.
Una desviación de la ruta Y-85 nos lleva al lago Blanco, tras recorrer una estrecha pista de tierra durante 20 km por medio de un bosque nativo de lengas. Estos son los bosques sub-antárticos más australes del planeta.
El lago Blanco es precioso, entre montañas nevadas.
Extrañamente, no estábamos solos. Un Carabinero y un par de delegados de pesca se acercan para entablar conversación, explicándonos las amenazas de las algas Didymo en Chile, una plaga con riesgo de invadir ríos y lagos, impidiendo la vida de los peces. Nos ofrecieron un folleto informativo de las campañas que organizan sobre el tema.
A estas alturas tempranas del viaje, todavía me resultaba extraño que cualquier desconocido me saludase con un beso.
Debió de parecerles extraño encontrarse turistas españoles por allí, pues se llevaron en su cámara unas cuantas fotos con nosotros………….Ibamos a fotografiar, y salimos fotografiados.
Una vez que se marcharon, aprovechamos para recorrer un senderito que vimos al borde del lago, y tomar un primer contacto con el bosque fueguino, y su vegetación en flor.
Disfrutamos de las vistas del lago.
Continuamos camino hasta el sector Vicuña, en el Parque Natural Karukinka. Se trata de un parque creado en el año 2004 por una sociedad norteamericana para proteger la fauna y flora del sur de la parte chilena de la isla de Tierra del Fuego. Una zona con características únicas.
Esta era la parte más incierta del viaje, dispuestos a tirar millas sin saber exactamente lo que nos íbamos a encontrar. .. Y por eso también, la que esperábamos con mayor expectación!
Para poder ingresar en este parque, muy poco conocido y muy poco visitado, es necesario solicitar permiso con antelación a la entidad que gestiona su conservación. Unos meses antes, contacté con Ricardo, quién nos dio la autorización para visitar el parque y para hospedarnos en el único alojamiento de la zona, el Refugio Vicuña.
Siguiendo sus recomendaciones, no nos habíamos olvidado de llevar lo necesario para disfrutar del parque: ropa de trekking, cámara de fotos, y, sobre todo, muuuuuuuchas ganas de pasarlo bien.
No resultó fácil encontrarlo, pero al final lo conseguimos. Allí nos recibe Rubén, el guardaparques, junto con un voluntario americano, Forrest, que pasaba unos días.
No hay NADA más en el lugar. Sólo una pequeña casita para recibir invitados, y donde cada uno debe llevarse su propia comida.
La casita de invitados de Refugio Vicuña dispone de todo lo necesario: cocina, agua caliente, camas cómodas, electricidad durante algunas horas, e incluso internet satelital, que, aunque lenta, es la única conexión con el resto del mundo. Pero sobre todo, cuenta con una tranquilidad y un entorno natural, que, de verdad, te hacen sentir que estás lejos de todo ruido y estrés.
Al igual que antaño, el fuego da calor, gracias a la abundante leña que aportan los bosques fueguinos. Prender y mantener el fuego es lo primero que hay que saber hacer en estas tierras. Todo lo que puede arder va al fuego. La sostenibilidad, de la que tanto presumimos en las sociedades consumistas, resulta ridícula al lado del propio sentido común.
A última hora, todavía tuvimos tiempo para dar un pequeño paseo al lado del río, observar las aves, y avivar las sensaciones de estar absolutamente desconectados del mundo.
Nos empezamos a familiarizar con los berreos de los guanacos, los chillidos de los cauquenes, y los silbidos de infinidad de pajarillos.
Cuando estás en un sitio tan especial, no importa pasar tus primeros días de vacaciones a base de alimentación de supervivencia.
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