No tenemos que hacer un trayecto muy grande para llegar a la reserva de St. Felicien.
Dicen de él que es uno de los zoológicos más grandes de la provincia de Quebec al este de Canadá. Situado en la localidad de Saint-Félicien, se dedica a la conservación de la fauna del clima boreal y es administrado por el Centro para la Conservación de la Biodiversidad Boreal inc. De hecho llegamos a tiempo para ver una preciosa película, Boréalie, sobre el bosque boreal. Nos sentamos en el cine. Nada más entrar en la sala nos sorprende un delicioso olor a plantas aromáticas.
La película comienza. Es exquisita. Además, va acompañada por algunos efectos. Cuando aparece en invierno en pantalla, suben el frío en la sala; cae "nieve", etc. La verdad es que hace falta llevar a mano una chaqueta o algo para ponerse sobre los hombros porque acaba haciendo mucho frío.
En total, según informan en la página web, hay 400 animales de 75 especies diferentes, y 4,5 km de senderos que se dividen en varias zonas geográficas. Además hay un trenecito que te pasea por otra zona más extensa, donde hay animales sueltos (pero nosotros vamos “enjaulados” debido a las rejas de los vagones).

Voy a intentar dar un detalle de las zonas. Primero nos encontramos con el pabellón de entrada. Allí es donde tenemos wc, el cine y una tienda (aunque hay varias en el parque, yo creo que en ésta hay más cosas).
Aunque la zona de la tundra ártica está al lado, nosotros nos vamos hacia el restaurante primero. Tenemos muchas cosas para hacer y el parque ya tiene un horario reducido de otoño (pese a ser agosto).
En el restaurante nos sentamos en el interior (aunque hay terrazas). Está lloviendo (y no poco). Es self service y hay bocadillos o platos calientes (tipo hamburguesa, pasta, sopa…). También hay tartas (yo me decido por una con arándanos, ya que en la zona son abundantes).
Después de comer (y con lluvia de nuevo) nos vamos a ver una pequeña granja, donde vemos cabras, una alpaca, una llama y algunos conejos. También hay un burro. La tortuga se ha escondido bien y no la veo.
Nos volvemos a reunir con el resto de compañeros y nos vamos todos juntos hacia la zona de las Montañas rocosas para ver cómo dan de comer a los osos grizzlies (al parecer eran tres hermanos huérfanos que encontraron cuando apenas eran unos oseznos en Estados Unidos; necesitan un espacio grande y los trajeron aquí). La merienda consiste en una manzana, zanahoria y un pececito. Vamos, que les sabe a poco. Con todo, uno de ellos pasa de la manzana y otro come pero sin salirse de su “piscina”.

De camino para ver a los osos nos quedamos todos parados. Y es que nos encontramos de frente con los preciosos pandas rojos. Se les ve perfectamente en sus cunitas en los árboles y son como peluches. Dan ganas de abrazarlos.

Ya que estamos en las Rocosas, aprovechamos para ver el resto de los animales, que también van a comer. Linces, linces de Canadá, la bonita cabra de montaña o los pumas.
Y nos da la hora de coger el trenecito, que dura 65 minutos. En nuestro camino, además de cabañas de leñadores y demás, vemos animales: los monísimos perritos de las praderas, marmotas, osos negros, el lobo, el alce, el caribú, los bisontes… Sendos bueyes almizcleros se lanzaron como locos contra el tren (con los cuernos enormes que tienen).


Cuando nos quedamos solos, seguimos explorando las otras zonas. Nos dirigimos primero a Mongolia. Mientras entro en el wc, dos yanghir se enfrentan el uno con el otro a golpe de cuerno. Creo que no se podía subir a ver el yack. Sí vimos los caballos de Przewalski (habíamos visto hace poco unos en la provincia de Huesca) y los camellos bactrianos.
En los bosques laurentinos la parte de las aves está cerrada en proceso de restauración. Sí vimos a los castores, en el agua y en su madriguera (para eso debes entrar “bajo tierra”. Había también mofetas, puercoespines, etc. No vi al zorro rojo (estaba muy escondido).
En Asia oriental, la zona del panda rojo, es la casa de los macacos japoneses (que sí se dejaron ver) y del tigre de amur, que unos dicen que estaba durmiendo y otros, de parranda. No lo vimos.
Después de ver unos monos de Etiopía, corrimos para ir a la tundra para ver cómo dan de comer al oso polar. Solo fue la osa, quien, dentro de una piscina, hacía piruetas para coger el pescado, demostrando su agilidad pese a su peso. El macho ni se movió.

En la misma zona está el zorro ártico.
En el parque no falta el ganso del Canadá, que hemos ido viendo por todo el viaje (en Niágara hay muchísimos).
Una vez en la tienda, muchos de nosotros sucumbimos a la tentación de comprarnos algún peluche de animales (yo me compré, claro, el panda rojo y cogí para regalar un alce y un oso negro). Nosotros compramos también unas chocolatinas de chocolate negro con arándanos. Muy bueno.
Debemos tener en cuenta que el tren tiene un horario y que no siempre los animales estarán donde a nosotros nos venga bien para hacerles la foto. Incluso a veces ni los veremos (pueden estar entre la vegetación y no querer salir a exponerse).